-La semana pasada soñé con todos. Tenía rato sin pensar en
ellos. Estábamos aquí en el DF, pero teníamos la edad de cuando nos conocimos
allá en Tampico. Bien curioso porque al principio sólo veía la avenida… ¿Te
acuerdas del vips al que fuimos después del concierto de los Smashing? Pues ese
mismo veía en mi sueño, pero desde el otro lado de la avenida. Y era de
madrugada, no sé cómo lo sabía, pero estaba segura. Supongo que por la
oscuridad y por el frío, ya sabes, ese frío tan del DF, tan triste e
indiferente. No pasaba ni un carro ni un
alma, pero había luces tenues, del alumbrado, que lanzaban pequeños manchones
amarillos por la calle. Era extraño, porque parecía como si la escena no fuera
parte de la ciudad. Todo alrededor, todas las luces lejanas de las casas y de los
anuncios y de los carros y de los departamentos, todo era un lugar aparte, un
lugar externo y distante. Luego estaba este callejoncito oscuro del que salíamos,
pero nos íbamos formando poco a poco, como si antes de la luz no existiéramos,
como si fuéramos un vaho al que la luz esculpe. Y ya de repente ahí estábamos:
José Luis, Héctor, Arturo, Giovanna… ¡hasta Ana (¿te acuerdas de Ana?)! Éramos
tan jóvenes, nos veía nuestras caritas de jóvenes hermosos... Yo estaba muy
feliz, muy feliz. Me reía sin sentido porque en realidad no decíamos nada, sólo
reíamos y nos empujábamos unos contra otros nada más por tocarnos y sentirnos
un poco y quitarnos el frío. Luego cruzábamos el periférico corriendo y entrábamos
al vips como loquitos. Apenas entrando sentía el calorcito del resguardo. El
lugar estaba muy iluminado, como cualquier vips, y había comensales: algunas
parejas aquí y allá, algunos grupitos tomando café y platicando. Ahora que lo
pienso, todos se veían muy despiertos en esa madrugada del DF. Incluso los
meseros no parecían cansados.
¡Nos dábamos un atracón! No pedíamos nada pero en cuantos
nos sentábamos, en una de las mesas pegadas a los ventanales, los meseros
comenzaban a desfilar con platos y platos de comida y de postres. Todos le entrábamos como si lleváramos días
sin comer. Puro masticar como desesperados en silencio, bebiendo café y jugo.
Luego nos poníamos a fumar, igual, callados. Mirando en los ventanales nuestros
reflejos. Todos pensando, menos yo. Yo los veía, ausentes y tristes, y me ponía
triste yo también. Les miraba sus ojos y me daban ganas de llorar. Luego Héctor
decía: ‘Vámonos,’ y con esa palabra despertaba a todos. Nos levantábamos en
automático, como si hubiéramos estado esperando la orden.
Pero de repente ya no quería irme. No sé por qué. A través
de la puerta de vidrio el exterior se veía muy oscuro, como si no hubiera nada
afuera, como si la avenida y sus luces hubieran desaparecido mientras cenábamos.
Y recuerdo que Héctor me jalaba del brazo porque creía que bromeaba, pero no.
De verdad me daba miedo salir. Mucho miedo. Y Héctor me soltaba y me decía que
entonces me iba a quedar ahí sola, como si fuera una niña. Pero me volteaba y
era verdad: el vips estaba vacío, todos habían desaparecido. Entonces ellos
salían corriendo y riendo, y yo me quedaba ahí parada viendo cómo las puertas
se cerraban lentamente y escuchando el murmullo de las risas alejarse hasta
quedar en silencio. Me entraban unas ganas cabronas de llorar, y entonces se
apagaban las luces y me quedaba en la oscuridad.-
-¿Y luego?-
-Luego nada. Me desperté. Me fui al trabajo. Fui a ver una
película, una comedia. Luego anduve vagando por Reforma ya en la noche. Comencé
a pensar en mi sueño y no sé por qué recordé lo que me dijo Héctor la última
vez que lo vi, antes de que se viniera a buscar a Ana. Me dijo: ‘¿Cómo pudimos
fallar tanto, Susana? ¿Cómo nos pudieron derrotar de esta manera?’ No recuerdo
a propósito de qué, a veces pienso que lo dijo de repente, a propósito de nada.
No sé. De verdad no sé. -
bplg.