miércoles, 6 de junio de 2012

Fragmento 3


-La semana pasada soñé con todos. Tenía rato sin pensar en ellos. Estábamos aquí en el DF, pero teníamos la edad de cuando nos conocimos allá en Tampico. Bien curioso porque al principio sólo veía la avenida… ¿Te acuerdas del vips al que fuimos después del concierto de los Smashing? Pues ese mismo veía en mi sueño, pero desde el otro lado de la avenida. Y era de madrugada, no sé cómo lo sabía, pero estaba segura. Supongo que por la oscuridad y por el frío, ya sabes, ese frío tan del DF, tan triste e indiferente.  No pasaba ni un carro ni un alma, pero había luces tenues, del alumbrado, que lanzaban pequeños manchones amarillos por la calle. Era extraño, porque parecía como si la escena no fuera parte de la ciudad. Todo alrededor, todas las luces lejanas de las casas y de los anuncios y de los carros y de los departamentos, todo era un lugar aparte, un lugar externo y distante. Luego estaba este callejoncito oscuro del que salíamos, pero nos íbamos formando poco a poco, como si antes de la luz no existiéramos, como si fuéramos un vaho al que la luz esculpe. Y ya de repente ahí estábamos: José Luis, Héctor, Arturo, Giovanna… ¡hasta Ana (¿te acuerdas de Ana?)! Éramos tan jóvenes, nos veía nuestras caritas de jóvenes hermosos... Yo estaba muy feliz, muy feliz. Me reía sin sentido porque en realidad no decíamos nada, sólo reíamos y nos empujábamos unos contra otros nada más por tocarnos y sentirnos un poco y quitarnos el frío. Luego cruzábamos el periférico corriendo y entrábamos al vips como loquitos. Apenas entrando sentía el calorcito del resguardo. El lugar estaba muy iluminado, como cualquier vips, y había comensales: algunas parejas aquí y allá, algunos grupitos tomando café y platicando. Ahora que lo pienso, todos se veían muy despiertos en esa madrugada del DF. Incluso los meseros no parecían cansados.

¡Nos dábamos un atracón! No pedíamos nada pero en cuantos nos sentábamos, en una de las mesas pegadas a los ventanales, los meseros comenzaban a desfilar con platos y platos de comida y de postres.  Todos le entrábamos como si lleváramos días sin comer. Puro masticar como desesperados en silencio, bebiendo café y jugo. Luego nos poníamos a fumar, igual, callados. Mirando en los ventanales nuestros reflejos. Todos pensando, menos yo. Yo los veía, ausentes y tristes, y me ponía triste yo también. Les miraba sus ojos y me daban ganas de llorar. Luego Héctor decía: ‘Vámonos,’ y con esa palabra despertaba a todos. Nos levantábamos en automático, como si hubiéramos estado esperando la orden.

Pero de repente ya no quería irme. No sé por qué. A través de la puerta de vidrio el exterior se veía muy oscuro, como si no hubiera nada afuera, como si la avenida y sus luces hubieran desaparecido mientras cenábamos. Y recuerdo que Héctor me jalaba del brazo porque creía que bromeaba, pero no. De verdad me daba miedo salir. Mucho miedo. Y Héctor me soltaba y me decía que entonces me iba a quedar ahí sola, como si fuera una niña. Pero me volteaba y era verdad: el vips estaba vacío, todos habían desaparecido. Entonces ellos salían corriendo y riendo, y yo me quedaba ahí parada viendo cómo las puertas se cerraban lentamente y escuchando el murmullo de las risas alejarse hasta quedar en silencio. Me entraban unas ganas cabronas de llorar, y entonces se apagaban las luces y me quedaba en la oscuridad.-

-¿Y luego?-

-Luego nada. Me desperté. Me fui al trabajo. Fui a ver una película, una comedia. Luego anduve vagando por Reforma ya en la noche. Comencé a pensar en mi sueño y no sé por qué recordé lo que me dijo Héctor la última vez que lo vi, antes de que se viniera a buscar a Ana. Me dijo: ‘¿Cómo pudimos fallar tanto, Susana? ¿Cómo nos pudieron derrotar de esta manera?’ No recuerdo a propósito de qué, a veces pienso que lo dijo de repente, a propósito de nada. No sé. De verdad no sé. -

bplg.