viernes, 26 de septiembre de 2014

Sobre la segregación

Cuando yo iba a la primaria también existía el bullying aunque en aquéllos tiempos no existía una palabra para definirlo. Siempre había alguien abusando de alguien y muchas veces los recreos parecían tierra de nadie. Hay quienes dicen que el problema se ha agudizado, y quizás así sea. Pero estoy seguro de que, justo como en mis días de estudiante, quienes lo padecen más son las minorías.

Yo asistí toda la educación primaria a una escuela de gobierno donde convergían niños de estratos más o menos variados: la elección de la escuela respondía más a una cuestión de ubicación geográfica que a una cuestión económica. Habíamos de todo: niños altos, chaparros, güeros, morenos, gordos, flacos, con lentes, sin lentes, sanos, enfermos, limpios, sucios. Habíamos hijos de enfermeras, de militares, de mecánicos, de empleadas domésticas, de maestros y etcétera. Éramos un collage muy extraño. Y a cualquier hora había niños peleándose, peleándose por la comida, peleándose por los juegos, peleándose los útiles, peleándose los libros. Pero había también niños que no peleaban con nadie porque en realidad no eran parte del grupo. Nadie peleaba con ellos porque pelear con ellos era una forma de relacionarse y la única manera en que se relacionaban con aquéllos niños era a través del rechazo y la burla.

Yo no sé la tendencia a segregar sea algo que heredamos o que aprendemos a lo largo de la vida. Quizás haya un poco de las dos. Pero he visto sus consecuencias y entiendo hasta qué punto es devastador sufrir el rechazo de la mayoría. He visto afeminados, homosexuales, gordos, miopes, lisiados, todos separados y a la vez rodeados de personas. Todos solos y diferentes. Y he visto las formas de escape que tienen, los pasatiempos en los que se refugian, las formas de defensa que adoptan, el blindaje que se crean contra las burlas. Es fácil reconocer a quien ha sufrido rechazo.

Creo que en cualquier persona el racismo es inadmisible, pero en los padres es imperdonable. Quizás sea muy difícil cambiar nuestra naturaleza, pero lo que se enseña con el ejemplo es igual de importante. El homosexualismo, por ejemplo, o el afeminamiento, son características demasiado sexuales y complejas como para que un niño haga burla de ellas. Cualquier niño puede notar lo diferente que es un niño afeminado, de igual forma que nota lo distinto que es un niño albino o un niño con labio leporino, pero burlarse de dicha condición es algo que se debe a los adultos en su totalidad.

Y ese es el problema, que el rechazo crece junto con el niño y se crea toda una serie de ideas y pensamientos para fomentar la burla y la separación. Además, quien se burla es objeto de ensalzamiento por el resto del grupo. De repente está bien burlarse: es bien visto burlarse, es aceptable burlarse y es popular burlarse. Y en el colmo de la ironía, quienes se burlan pretenden no hacer daño a quienes son objetos de su burla. La segregación se ha arraigado en nosotros de tal manera que es muy difícil darse cuenta cuando uno lastima a otra persona por ser distinta. No es tan extraño pensar que quizás estemos haciendo algún daño que preferimos pensar que no es nuestra culpa, que es culpa de los demás por ser distintos, y también preferimos encarnizar la burla como si exagerándola o haciéndola más notable dejara de hacernos ver como malas personas o dejara de hacer sentir mal a los demás.

Y no entendemos la naturaleza desgarradora de la burla hasta que descubrimos que todos en algún momento de la vida, por diversas razones, vamos a ser distintos, al menos un rato. Y cuando suceda vamos a sufrir el rechazo y vamos a recolectar un poco del fruto de aquello con lo que nacimos, que los adultos fomentaron y que nosotros hemos continuado. Y entonces, sólo entonces, entendemos.


Hiroshima y Nagasaki

Me parece curiosa la cantidad de simpatía y solidaridad que inspiran Hiroshima y Nagasaki. No me molesta ni considero erróneo que la gente tome los bombardeos nucleares como emblemas de los movimientos pacifistas o antinucleares. Me parece encomiable que la gente persiga tales fines. Pero no deja de ser curioso, al menos para mí, que sean esos, y no otros, los eventos que generan tal repudio armamentista y militar.

Las bombas nucleares representan para muchos la síntesis de la naturaleza humana, la máxima y última expresión de su sed de violencia y sus ansias autodestructivas. Quizás lo sean. Pero es ingenuo y hasta optimista pensar que las bombas atómicas representan el inicio de una era en que el hombre puede, en efecto, destruirse a sí mismo. En realidad, en cualquier momento pudimos haberlo hecho. Aunque no tan rápido. También es ingenuo pensar que representan una amenaza seria para la naturaleza: nada que haga el hombre podrá repercutir en ella por la eternidad. Es cuestión de tiempo para que todo lo que hagamos sea borrado y para que cualquier rastro nuestro, positivo o negativo, sea sanado, y tiempo le sobra a la naturaleza.

Las explosiones nucleares representan, también, un genocidio no castigado, un ataque brutal a cientos de miles de civiles inocentes, y no entiendo muy bien quién decide qué cifras son alarmantes o quiénes son inocentes. ¿Si las bombas hubieran caído sobre trescientos mil soldados y no sobre trescientos mil civiles, hubiera sido más aceptable? ¿Es menos conmemorable el millón de civiles rusos muertos en la batalla de Stalingrado que el cuarto de millón de Hiroshima y Nagasaki? ¿Eran ese cuarto de millón de japoneses más inocentes que el cuarto de millón de civiles chinos que exterminó el Ejército Imperial Japonés durante la masacre de Nankín? Si en lugar de soltar las bombas Estados Unidos hubiera continuado la batalla como la había estado llevando, ¿hoy pensaríamos que los cientos o miles de infantes de ambos bandos que hubieran muerto lo tendrían merecido? ¿Quiénes merecían más morir?

La humanidad siempre se ha sentido inclinada a la violencia. Ninguna forma de asesinato o de tortura es nueva, sino que se ha venido usando desde que tuvimos conciencia. Siempre hemos estado a la merced de la locura de nuestros semejantes. Pero creo que nunca como en nuestros tiempos hemos tenido tanto miedo a la sangre. Nuestras generaciones ya no tienen los valores que en otros tiempos nos hacían sobreponernos al miedo a la muerte o al dolor. Cada vez las peleas y las guerras pierden más su sentido y sólo nos queda ese temor a no tener el control sobre nuestra vida, aunque en realidad nunca lo hayamos tenido y morir en el potro de la inquisición o consumido por el fuego de una bomba atómica sean lo mismo.


Hiroshima y Nagasaki me conmueve igual que me conmueve cualquier otro acto de agresión, sus víctimas me inspiran la misma simpatía y solidaridad que cualquieras otras y no podría juzgarlas ni a ellas ni a sus ejecutores en términos de correcto o incorrecto, de bueno o malo. Nuestra historia ya no permite ese tipo de juicios. Al final no hay nada que vengar y nada que castigar, y quienes mejor lo saben son las propias víctimas del bombardeo. La violencia debe detenerse e Hiroshima y Nagasaki no son eventos aislados sino que deben sumarse a los demás eventos que nos tiene la historia igual de trágicos y memorables y que forman los alaridos agónicos de una humanidad que desea con todas sus fuerzas matarse aunque le dé tanto miedo hacerlo.

Proteger a los animales 2

Hay quienes afirman que la tauromaquia es un arte y que los toreros son artistas. Hay, también, quienes hablan de corridas de toros usando términos como “cultura”, “tradición”, “intensidad”, “rito”, “simbolismo”, “nobleza” y muchas otras igual de rebuscadas. No vayamos lejos, el premio Nobel, Vargas Llosa, afirma que lo que más aprecia de la fiesta brava es la sabiduría del torero. Bueno, la sabiduría y la gracia, el arrojo y la inspiración. Quizás sea mi falta de sensibilidad, de cultura incluso, pero no entiendo cómo es necesaria la inspiración para matar un animal. Tampoco considero los mataderos como un centro cultural, ni me atrevería a calificar a los matarifes de agraciados, sabios y arrojados. Ni siquiera calificaría los tacos como arte, y debo admitir que son mi comida favorita, para regocijo de los defensores de la tauromaquia.

Las corridas de toros son una tontería. No importa cómo las aderecen ni la variedad de adjetivos con que las califiquen. Son otra forma de perder el tiempo igual de inútil y estúpida que sacarse la borrita del ombligo. Además, su defensa es tan insostenible que el ya nombrado Nobel recurre a argumentos como el que sigue: “el día que dejen de comer carne yo dejo de defender las corridas”, el cual es lastimero y patético por donde se le mire. Porque el problema no es que la gente tenga ese pasatiempo (creo que cualquiera es libre de elegir cómo desperdiciar su vida) sino el pasatiempo en sí. La ocasión anterior escribí sobre mi desacuerdo con la prohibición de animales en los circos. Defendí que los circos pudieran tener animales porque sé que existen formas dignas de acercar animales a quienes de otra forma nunca los van a conocer. También dije que no estaba de acuerdo con el enfoque prohibicionista y paternal del gobierno, que me parecían más positivas la regulación y la concientización, y aún suscribo.

Pero a menos que las corridas de toros terminen con el toro y el torero estrechándose la mano y la pata, respectivamente, no me imagino una forma de regularizar la “fiesta brava”. Fernando Savater dice que la prohibición de las corridas supondría quitarle el sentido a la existencia de los toros. Fuera de lo pintoresco del argumento, me llama la atención la suposición de que los toros necesitan un sentido en su vida, y me llama aún más la atención que nos corresponda a los humanos darles ese sentido… nosotros, que ni siquiera conocemos el nuestro. Y es que el problema de fondo es ese, que aún no conocemos cuál es nuestra posición en la naturaleza. Nos sabemos superiores pero no sabemos cuál es la forma en que debemos interactuar con los animales.


Hay quienes dicen que los animales no tienen sentimientos. No lo sé. Sé que nosotros los tenemos, sé que somos distintos a ellos y que esa distinción nos hace superiores. Pero creo que esa distinción y esa superioridad no nos convierten en sus dueños, ni en sus amos, sino que nos hace responsables de ellos, porque incluso cuando se trata de dar muerte hay muchas formas de hacerlo, y pocas de ellas son dignas. No sé si los animales tengan derecho a una vivienda, al trabajo, a la educación, me imagino que no, pero sé tienen el mismo derecho que tenemos nosotros la vida porque les fue regalada en la misma forma y circunstancia. Incluso cuando nos comemos los unos a los otros, nuestra relación es una cuestión de dignidad, respeto, y muchísima responsabilidad, esa misma responsabilidad que tenemos para quienes no son como nosotros, para quienes son débiles y no se pueden defender. Por eso, y sólo por eso, estoy de acuerdo con que el gobierno prohíba las corridas de toros.

Proteger a los animales 1

Siempre he creído que los ambientalistas, los protectores de animales, los vegetarianos y similares se mueven en el precipicio de los asuntos que se juzgan sin medias tintas, arriesgándose a caer en la contradicción y la doble moral de unas convicciones ideológicas tan radicales como insostenibles. Y no es que sus esfuerzos y sus ideas me parezcan erróneos, al contrario, pero la forma tajante de juzgar cualquier asunto relacionado con árboles y animales como “bueno” o “malo” me parece que raya en lo fanático.

Todo esto a propósito de la reciente prohibición de los circos con animales que han adoptado algunos estados y ciudades de la república. Hay algo en el asunto que no me sabe a victoria. Quien haya ido a un circo de pueblo sabe que los espectáculos que se ofrecen no se acercan ni tantito a los que ofrecen, por ejemplo, el Cirque du Soleil, circo cuyo nombre no puedo pronunciar en su idioma original y al que nunca he ido gracias su primera y decisiva diferencia: el precio. Por un boleto de seiscientos pesos yo me imagino que el espectáculo es tan sorprendente como la aurora boreal (la cual, por cierto, es gratuita).

Pero los circos de pueblo no son auroras boreales y quienes trabajan ahí hacen lo que pueden con los medios que tienen. Y he visto circos lamentables, al borde del fin, con carpas gastadísimas, remendadas y parchadas, con un personal tan limitado que el trapecista es al mismo tiempo el domador, el payaso y el vendedor de refrescos, y la taquillera es la contorsionista, la bailarina y la vendedora de palomitas, todos ataviados en trajes viejos y descoloridos, y con gradas tan usadas que uno se juega el físico al sentarse en ellas. Ni siquiera concibo la vida que deben llevar, no imagino cómo es ser nómada en la pobreza pero sospecho que no debe ser tan artístico, intelectual ni interesante como los adolescentes acomodados piensan.

Por eso la prohibición se me hace una victoria tan triste. Porque es una victoria espejismo, es una victoria que no existe y no existe porque al final vuelven a perder quienes no deberían. Los grandes imperios circenses continuarán vivos, es cierto, pero vivas continuarán también la tauromaquia, las peleas de gallos, las carreras de galgos y de caballos, y otros pasatiempos que relaciono con la gente rica y que mi instinto paranoico sospecha son intocables por este mismo motivo.

No dudo que se maltrate a los animales en los circos. Pero tampoco dudo que haya circos en los que no se les maltrate. Y las legislaciones en negativo (prohibiciones, pues) no me parecen un avance, en especial cuando afectan tanto a justos como a pecadores. Dicen los aferrados que una regulación en el uso de animales en el circo sigue siendo insuficiente porque el animal seguiría en cautiverio, argumento por demás extraño. También dicen que no usar animales potencia el desarrollo de talentos humanos con los que el circo termina ofreciendo un mejor espectáculo y por lo tanto ganado un mayor ingreso. Lo cual es similar a decir que si me bajaran mi salario yo buscaría trabajar horas extras, potenciando mi productividad.


 El problema fue que nunca se dio la oportunidad de opinar a quienes iban a ser afectados, ni de ofrecer alternativas, ni de ofrecerles un beneficio a cambio de las perdidas, nada. Todos opinaron, menos ellos. Ahora, los protectores de animales están celebrando su triunfo y buscando nuevas legislaciones en las que expandir su imperio de bondad y buenas intenciones. Lo cual me parece muy bien, pero en lo que a mí respecta cualquier protector de animales es un falso desde el momento que se lava las manos para eliminar microbios, y desde el momento que no dona su cuerpo para que un virus como la viruela pueda volver a existir. Porque ellos han juzgado los actos de todos los demás sin medias tintas, en términos absolutos y por lo tanto, en honor a las sagradas escrituras, serán medidos con la misma vara.

Internet y la música

La forma de acercarse a la música ha cambiado. Internet se ha convertido en la plataforma gratuita por excelencia a través de la cual todos los artistas del mundo buscan ser reconocidos y escuchados. La cantidad de música a la que se puede acceder a través de internet es apabullante, y termina siendo una paradoja: son tantas las opciones que es como si no las hubiera. Me explico un poco: no importando el género que sea, ¿cómo se encuentra la música que vale la pena en un mundo saturado de música?

Antes, los medios como las revistas, la radio y la televisión llevaban la batuta a la hora de promocionar músicos, pero también se podía conocer música a través de las recomendaciones de amigos y conocidos con gustos afines. Hoy, los medios tradicionales persisten y se han sumado otra gran variedad como los fanzines, los sitos wobs, los blogs, los blogs, los canales de youtube, myspace, facebook y un sinfín de formas más. De repente vuelve a haber tantas opciones que difícil decidirse. La especialización de los sitios raya, en ocasiones, lo excesivo y encontrar un medio equilibrado se vuelve tarea titánica.

El problema está relacionado también con la forma en que la música se vende y se distribuye. Antes, en la época en que los discos eran todo un concepto, los grupos se veían formados a ofrecer una unidad que valiera la pena, o al menos llegaba a existir una especie de código de honor que impulsaba a los artistas a componer obras de arte redondas y completas  con mayor frecuencia que hoy. El motivo es el auge de los sencillos y los nuevos sistemas de adquisición, legales o ilegales, que se basan, sobretodo, en una única canción. De esta forma, los artistas sólo necesitan una única canción, mala o buena, para empezar a venderse.

Los grupos nuevos ya no tienen frente a sí la tarea de crear 12 o 13 canciones con la calidad suficiente para competir con otros, ahora una sola canción es suficiente y, además, no importa siquiera si es buena o mala, internet es tan basto que da cabida a todo tipo de escuchas, y a todo tipo de negocios. La mala música siempre ha sido un negociazo para quienes la crean y quienes la producen, y la apertura de la música a través de internet puede no ser tan mala para los interesados después de todo.


Internet resolvió muchos problemas para quienes buscan su lugar en la música, pero también propició y empeoró otros. Al final, el problema de la piratería fue un golpe para las disqueras y para los grupos porque no estaban preparados para la velocidad a la que internet evolucionó. Si miramos en retrospectiva, el cd tuvo un tiempo de vida risible y su transición a la música en formato digital fue precipitada y violenta. Sin embargo, con el paso del tiempo y mirando con calma el panorama, las posibilidades de seguir explotando el negocio a través de, sobretodo, mala música siguen siendo muy grandes porque, en el fondo, el panorama no cambió nunca. Una vez más, la única forma de trascender es a través del trabajo, la dedicación, el profesionalismo, la disciplina, la creatividad y el talento. Mucho talento.

Sobre escribir

La principal defensa que esgrimen quienes no quieren o no saben escribir con corrección es que a fin de cuentas lo importante es darse a entender. Puede ser, quizás no se necesita ser un especialista en el idioma español cuando se trata de escribir, por ejemplo: “Alguien sabe donde venden pica pica ???”, “Por jambarse se llevo un diablito kon kagas al chavo no le paso nada” o “y que le chava que trabaja en bar le dijo que tenia algo de ella y varias le dijeron ala chica decente que ae referia a su marido”.

Los anteriores fueron ejemplos tomados al azar de Facebook, y en mi defensa debo decir que no pertenecen a mis amigos, sino que fueron publicados en un grupo de creciente popularidad. El hecho es que ni siquiera algo tan banal y frívolo como lo antes citado es comprensible sin respetar las normas ortográficas más básicas. ¿O alguien fue capaz de entender el segundo y tercer ejemplo? Porque yo no. Y el problema se agrava porque pocas personas son capaces de reconocerse como parte del mismo. Antes de aceptar que no sabemos escribir, preferimos decir que no da flojera o que no es necesario.

Además, la otra vertiente peligrosa del asunto es que la mala escritura se está generalizando tanto que poco a poco los errores comienzan a volverse tan comunes que terminan convirtiéndose en regla. Estoy muy de acuerdo con que el idioma siempre está evolucionando y adaptándose a sus usuarios, y con que esa evolución tiende siempre a la simplificación y a la facilidad. Pero mucho temo que en un futuro las expresiones más complejas que se puedan formar sean de una profundidad tal como “quiero comida” o “voy al baño”.

El problema está muy relacionado con la falta de lectura, sí, pero también con la poca exigencia que se tiene por parte de los lectores, y no me refiero solo a lectores de libros, sino al lector en general, desde los curiosos que se entretienen leyendo los mensajes en los baños públicos, pasando por los lectores de tvnotas, hasta los lectores de bestsellers y blogs. Se les ofrece lo peor que puede nacer de la escritura y en su peor vestimenta. Y así es consumida. Los lectores no tienen el mínimo sentido crítico para darse cuenta de que es un insulto el poco cuidado que se le pone a la redacción de los textos, como si fuera un menosprecio a la capacidad intelectual del lector, sino que suponen que la escritura así es, que no existen reglas y que las pocas que existen son para romperse. Al fin y al cabo, las personas de quienes hablan las revistas de chismes, por ejemplo, tampoco saben ni escribir algo tan simple como “Cuando trabajas con un equipo lleno de pasion y entrega  por lo q hacen no hay mas q disfrutar de esa fortuna y comprometerte el doble”, cortesía de la cuenta de Twitter de quien se hace llamar Maite Perroni.


El idioma español está condenado. La flojera, las excusas y la ignorancia van a terminar con él, así como la falta de opciones, o la dificultad para encontrarlas, cuando se trata de leer. Pero también la mentalidad rebosante de ideas cortas, practicante del mínimo esfuerzo,  ávida de estímulos básicos y fáciles, y que se heredará de generación en generación hasta que solo podamos comunicarnos nuestras necesidades básicas. Con faltas de ortografía.

Literatura de terror

Creo que los nuestros son los tiempos más difíciles para la literatura de terror. Es decir, para escribirla. Me parece que nunca como hoy ha sido tan arduo para los escritores despertar, en los lectores, un sentimiento de miedo o terror, acostumbrados como estamos a lo explícito. La literatura ha tenido siempre una desventaja frente al cine, en particular, cuando de espantar se trata. La tensión ambiental surgida de la mezcla entre lo visual y lo sonoro es difícil de imitar en un cuento o en una novela, y es difícil también para otros medios como el cómic, o la música. Las películas de los últimos años se han vuelto más osadas cuando se trata de incursionar en el terreno de lo gráfico, en la muestra descarada de sangre y vísceras que poco a poco nos han ido insensibilizando frente a lo que antes, incluso de forma velada, nos inundaba de miedo.

De igual forma, la vida misma, la realidad, ha aportado lo suficiente para contribuir con esa insensibilidad dificultando la labor del escritor. Y si además agregamos el predominante pensamiento racional y científico de nuestros tiempos, la agonía de los viejos sistemas religiosos, morales espirituales y de valores, el escepticismo y el avance tecnológico, la labor del escritor raya en lo imposible. ¿A qué podría temerle el hombre actual? Y, ¿qué podría aportarle la literatura a ese miedo que no pudiera aportarlo de mejor manera el cine?

A través de los tiempos, la literatura de terror se ha ido adaptando al miedo latente de las personas, los escritores han descubierto en sus propios temores aquello que aterroriza y sobrecoge, y han sabido contárnoslo con mucha dignidad. Desde Edgar Allan Poe hasta Lovecraft, pasando por el temor a los muertos, a los fantasmas, a la muerte, a terrores cósmicos, demoniacos, de cultos olvidados y antiguos, pasando por el terror al despoblado, el terror de las zonas rurales alejadas y abandonadas por la sociedad, los escritores han sabido echar mano de las particularidades de sus tiempos y han descubierto verdaderos terrores, miedos arraigados  en lo profundo de la mente y que no sólo se tratan de un sobresalto gratuito causado, casi siempre, por un simple sonido de elevado volumen.

Hoy, la literatura de terror se encuentra en un punto donde la revitalización no sólo es posible sino necesaria. Está tan abotargada, frenada, atenazada, entre los best sellers y el cine, que su mayor exponente literario, Stephen King, rara vez escribe algo que no sea ciencia ficción o fantasía. El problema, en este caso, no es la insensibilidad que comentaba, sino la falta de visión y de ideas frescas, esa falta de adaptación que otros escritores tuvieron y que los llevaron a trascender la historia clásica de terror para proponer y revelarnos miedos que no sabíamos que existieran, al menos de forma consciente porque el miedo y su detonante nunca dejan de ser una parte innata de nosotros.

Quizás convendría echar una mirada al pasado, y quizás podamos encontrar nuestros nuevos miedos en aquello que ya creíamos olvidados. Somos una generación con una visión muy distinta sobre la muerte y el dolor físico, es cierto, pero también somos una generación y un país que sigue creyendo en los horóscopos, que hacemos de los astrólogos y adivinos estrellas de televisión e ídolos de masas, somos un país atraída por el ocultismo, por la ouija y por los curanderos, con una arraigada tradición de brujos, leyendas y ritos prehispánicos.


Somos una mina de oro para el terror.

Economía compartida.

Acorde con los tiempos, hay una nueva forma de hacer negocios por internet: plataformas a través de las cuales se ofrecen en renta todo tipo de artículos, bienes y servicios. Antes, los anuncios se publicaban en los clasificados de los periódicos, hoy el medio es electrónico y los resultados son mucho mejores. Podadoras, motocicletas, cuatrimotos, esquíes, carros, camionetas, casas de campaña, departamentos, avionetas, yates, y no sólo eso, también servicios de transporte, hospedaje, masajes, clases, reparaciones, todo es negociable y todo está en internet.

Tomemos el caso de Uber, un sitio web y aplicación que permite convertir a cualquier poseedor de un vehículo en taxista. El usuario ingresa su ubicación y su destino, selecciona el tipo de vehículo, que puede ir desde autos compactos hasta limosinas, y en minutos tendrá su auto y chofer. La ventaja, aparte de la selección del transporte, es una tarifa más baja que la de cualquier compañía que oferte el mismo servicio sin que esto represente una pérdida para ninguna de las tres partes: la ganancia es, en su mayoría, para el piloto, un pequeño porcentaje para la página, y una ganancia final para el usuario, que se ahorra unos cuantos pesos. Y claro, la posibilidad para cualquiera que tenga un coche y desee ganarse un dinero extra haciéndola de chofer.

El servicio de Uber tiene en jaque a los sindicatos y compañías de transportistas en ciudades como San Francisco o Nueva York, donde se forzó al sitio a cobrar un impuesto destinado al municipio. La medida no bastó para los sindicatos, que ven en el servicio una competencia desleal. En nuestro país, el Distrito Federal, México y Nuevo León ofrecen el servicio aún sin la intervención del gobierno. Y en internet surgen multitud de páginas similares con mucha frecuencia.

El sitio Airbnb nació como una propuesta para que estudiantes, mochileros y trotamundos tengan la oportunidad de visitar ciudades de una forma más humana y cálida. En lugar de una fría recepción de hotel, los viajeros pueden disfrutar (o no) de la hospitalidad de parejas, familias o personas que ponen en renta sus cuartos, casas o departamentos a un precio razonable que ofrece la posibilidad de viajar a quien de otra forma no lo haría. El sitio, claro, cobra una tarifa, pero la verdadera ganancia es para el propietario.

Las cadenas de hoteles y sus sindicatos, al igual que los taxistas, ven en el sitio una ilegalidad, una forma de evadir impuestos y un desestabilizador de precios. En parte es cierto: hay casos en los que un sólo usuario ofertó hasta trescientos alojamientos distintos. Pero también llama la atención que ante la propuesta de Airbnb de regularizarse y pagar impuestos, los hoteles se opusieron. ¿Por qué?
Incluso con impuestos, los precios del sitio continúan muy bajos. Las grandes cadenas hoteleras no tienen mucho que perder, sus clientes no necesitan regatear el hospedaje, pero las cadenas más pequeñas y los hoteles familiares o de particulares sí se encuentran en peligro. Porque airbnb no es sólo una competencia difícil y tramposa, sino que vuelve evidente un hecho conocido: los servicios de hospedaje pueden ofrecerse a un precio más bajo sin que representen una pérdida para los propietarios.


En México, el precio del transporte público se establece cuando el gobierno, que hace todo menos representar al pueblo, y los líderes de los taxistas y transportistas se sientan a negociar. Por parte de los trabajadores del volante se mencionan tópicos como la inflación, los impuestos, los gasolinazos. Del lado del gobierno no me imagino qué puede escucharse, acostumbrados como están a no usar nunca el transporte público, algunos desde siempre, y culpables como son de repartir concesiones de taxi de una forma sucia e irresponsable. Es una negociación donde los únicos que no tenemos voz somos los usuarios. De forma que los precios se mueven de acuerdo a las necesidades de los trabajadores del volante y de un gobierno famoso por su corrupción. No queda más que esperar unos años y ver qué tiene internet que opinar al respecto.

Ganarse la vida.

A veces me parece más sencillo calcular la masa del Sol con hilos y cinta, que entender los vericuetos de la economía. Por algún motivo no del todo claro, el aumento al salario mínimo tendría, según las profecías de algunos expertos, efectos apocalípticos tan horribles que ni siquiera la Biblia se atrevió a mencionarlos: los niños llorarían, a los perros les dará moquillo, las televisiones perderán la señal, el Cruz Azul será campeón y muchas otras cosas por el estilo.

El asunto, según los mismos expertos, va a fracasar porque aumentaría el salario y no la productividad. Mis nociones básicas de economía me hacen pensar que la productividad se refiere a que si una vaca, digamos, produce 18 litros de leche, tendría que producir 36 para que el patrón pudiera aumentarle el salario al ordeñador. O que si una tortillería produce unos 200 kilos de tortillas al día, la máquina tendría que generar unos 100 kilos más para que el encargado tuviera su aumento de salario. Así, el dependiente de una tienda tendría que salir a repartir volantes para vender más y ganarse el aumento salarial con su propio esfuerzo, o el de la vaca o el de la máquina.

Todo esto me parece muy curioso. No pretendo alegar de economía con los señores estudiados, pero resulta extraño que los problemas económicos nos los resuelvan personas sin problemas económicos. Porque la diferencia de perspectivas nos hace hablar idiomas diferentes. Los economistas que además se encuentran en el poder dicen que el problema no es sólo la productividad, es la economía informal, es la falta de generación de empleos. Y que todo va a cambiar con las reformas: es cuestión de tiempo para que las compañías extranjeras lleguen al país a contratar a todos los que deseen ser contratados, y a pagarles cantidades justas para que el nivel de vida aumente y todo se vuelva paz, tranquilidad y prosperidad en el reino mexica. Ojalá así sea.

Alguna vez comenté lo difícil que es ganarse la vida para quienes no fuimos bendecidos con una herencia o un puesto público. Y lo es. No deja de sorprenderme la cantidad de oficios que las personas idean para conseguir el sustento. Y no es que menosprecie a las compañías extranjeras que nos vendrán a salvar, pero estoy seguro que la mayoría de las personas tenía una idea distinta sobre lo que quería hacer para vivir. En algunos casos, los más pragmáticos, quisiéramos ser algo así como diputados. Pero diputados plurinominales, para no molestarnos siquiera en hacer campaña. Me van a decir que no se puede tener todo en esta vida. Y los del morena me dirían que hace falta implementar un modelo económico que genere los empleos de ensueño de las personas. Y entiendo.

Pero debería existir un programa para los políticos, algo similar al “regidor por un día” que les ofrecen a los estudiantes de primarias. Pero que se llame “Empleado por un día”. Quisiera ver a los políticos limpiando las casas de las personas, quisiera verlos en el sol levantando la basura de las calles por un salario mínimo cuyo aumento sería peor que soltar el virus del ébola, quisiera verlos empleados de sus propias administraciones, sin prestaciones básicas (el colmo de la ironía del trabajo informal), o verlos en las calles haciendo rutinas cómicas o tocando canciones de Enanitos Verdes por los restaurantes.

La esperanza radica en que después de la siguiente guerra mundial, cuando la humanidad regrese a la edad de piedra, los políticos, los economistas, los administradores van a tener una utilidad similar a  la del abono cuando mucho. Y los oficios dominarán la tierra.

Apología de las nuevas generaciones

Creo que uno de los momentos más curiosos de la vida es cuando se notan las primeras diferencias, pequeñas y sutiles, entre las generaciones. Me ha tocado ver el cambio de vestiduras, de comportamiento, de gustos, entre los más jóvenes de la sociedad y los que tenemos más o menos la misma edad. Pareciera ser una ley de la vida el que los más viejos se quejen de las formas de los más jóvenes. Pero a veces no estoy tan seguro de que los jóvenes estén equivocados.

Creo que las nuevas generaciones enfrentarán problemas muy graves y que sus enemigos más importantes no serán físicos, sino que su campo de batalla será, más que en cualquier otro momento de la historia, interno.  La humanidad ha recorrido un largo camino de generación en generación sólo para no ponerse nunca de acuerdo en nada, pero creo que nunca se habían visto apatía e indiferencia hacia la duda, la idea, el conocimiento, de forma tan generalizada y total como la que se empieza a vislumbrar hoy.

 Nuestra generación, al igual que las anteriores, se ha encargado de señalar las faltas de los más jóvenes, a veces con acierto, a veces con saña, pero siempre omitiendo su responsabilidad: es herencia nuestra y de los anteriores a nosotros el estado de cosas que forjaron a quienes criticamos. Nuestros fueron los fallos en la educación que se les impartió en casa y en las escuelas, fue nuestro bagaje cultural el que ellos tuvieron al alcance, con su reguetón, sus reality shows, y todo el entretenimiento que nosotros engendramos y que masificamos. Fue nuestra, también, la falta de previsión o la imposibilidad de cambiar lo que se vislumbraba venir. Nosotros les exigimos lo que nosotros no hicimos, y nos quejamos cuando no lo hacen.

Aun así, creo en las nuevas generaciones. Sé que tropezarán en el camino, todas las generaciones lo hacen, pero también sé que siempre hay alguien que trasciende su tiempo aunque no llegue en la forma que esperamos los más viejos: los escritores, los músicos y los filósofos están agónicos y escuetos. Pero las nuevas generaciones tienen nuevas armas que a nosotros nos pueden parecer extrañas, insulsas  e inocuas y que pueden marcar una diferencia, como los blogs, los videos blogs, los podcasts, y demás.  No debemos olvidar, tampoco, que estamos dejando generaciones con  mayor libertad y con una mente más abierta hacía nuestros tabús y que podrían terminar, por fin, con nuestros últimos rasgos racistas o sexistas. Ninguna generación se ha acercado tanto a la igualdad y a la tolerancia, como las más recientes.

Poco podemos hacer con los jóvenes o los adolescentes, ellos ya han formado en gran medida su carácter y han tomado su propio camino y sus propias decisiones. Pero, de parte de quien acaba de salir de ahí, el único consejo que puedo darles es que no le teman a la libertad que heredan. Muchas generaciones esperaron y lucharon para crear un momento como este, en el que el cambio es posible. Regresar a lo que los viejos combatieron no es una respuesta, allá no hay nada. Deben enfrentar las consecuencias de una libertad que abarca también a malas personas. Enfrentar ese problema también es parte de ser libre.