jueves, 30 de junio de 2011

El navío.

 Cierto mes de octubre me encontraba embarcado en un antiguo navío con un destino que mi memoria ha decidido olvidar. Llevaba al menos cuatro meses de travesía cuando los días cambiaron de manera abrupta, de mañanas soleadas y claras, a mañanas de densa bruma que hacían parecer el barco como un animal ciego y  moribundo que se arrastra por el mar buscando un lugar para morir; las tardes, antes calurosas y brillantes, se tornaron nubladas, grises como lo inanimado  y provocaban la ilusión de parar el tiempo pues resultaban larguísimas, casi eternas, además de frías a causa de un extraño viento surgido de algún punto del horizonte, viento que prensaba los huesos como si pudiera colarse por los poros de la piel; las noches breves, alegres y vivas se volvieron retratos de lo que debe ser el limbo, pues el barco flotaba a través de un cielo oscuro y sin estrellas con una pesadez que el navío parecía detenerse por momentos, como si el oleaje y el tiempo fueran pausados por capricho de antiguos y bromistas dioses.

Eran éstas las circunstancias a mediados de ese maldito octubre. Mi extrañeza por el cambio repentino del clima, y del ambiente en general, no afectó mi rutina: me despertaba temprano, tomaba frugales comidas y el resto del tiempo lo dividía entre leer, pintar y escribir; había encontrado que la nueva situación, por demás tétrica y lúgubre, me exaltaba la fantasía volviéndome un creador más prolífico.
Mi camarote se encontraba al final de unas empinadas escaleras que iniciaban en cubierta, por el lado de babor, y corrían paralelas a la quilla, de forma que el recinto se encontraba enclavado dentro del casco. Mi cuarto medía tres metros de largo por tres de ancho, y al entrar a sólo unos pasos se encontraba un pequeño ojo de buey que apenas rebasaba la línea de flotación; del lado izquierdo estaba mi cama y al fondo la mesa  y la silla, únicos muebles que me servían para leer o escribir; para pintar prefería el exterior pues la iluminación era más propicia y me encontraba enfrascado en plasmar momentos del paisaje marino.

Cierta noche me encontraba a punto de conciliar el sueño, recostado en el colchón mi mente daba vueltas por recuerdos y sonidos pasados, pero no lograba asir ninguno de ellos, no lograba materializar nada, sólo una sucesión interminable de imágenes fijas y de murmullos y de voces. De repente algo golpeó a mis pies. En realidad fueron cuatro o tres golpes quedos pero brillantes, tan rápidos que parecían haber sido sólo uno. Me incorporé y encendí la lámpara del escritorio que, lejos de provocar una iluminación excesiva, llegaba lánguidamente hasta la puerta del alojamiento donde se desvanecía sin ofrecer resistencia a la oscuridad. Me quede un momento observando la ventanilla y la puerta, orígenes del sonido y muy cercanas entre ellas, pero lejanas a mi pues se encontraban a mis pies. No pasó nada, y con un poco de tiempo obtuve el valor para acercarme con cuidado al orificio. Por un efecto óptico no lograba ver  nada, todo era oscuridad a través del ojo de buey. Abrí la puerta, quizás había equivocado la dirección del ruido, pero de nuevo sólo negrura. Me sentí muy sólo. Más sólo que ninguna vez en mi vida. Cerré la puerta y volví a sentarme en la cama.

Apagué la luz y me quedé meditando, pensando en mí, en mi vida. De pronto escuché el sonido brillante una vez más. Me encontraba más alerta y pude precisar con seguridad que el ruido provenía de la ventana. Me acerqué con miedo y gracias a la oscuridad exteriro pude distinguir una mancha rosácea que cubría casi todo el cristal. Mis ojos y mi cerebro buscaban con desesperación la forma necesaria  para otorgarle un nombre al objeto. Acerqué mi cara con lentitud buscando captar algún detalle y percibí, de repente y con toda seguridad, que lo que fuera esa mancha rosácea se encontraba viva. Sentí algo cercano al pánico. Me petrifiqué. Mis ojos y mi cerebro encontraron la respuesta, era una cara. Un rostro humano.

Era una persona, o parecía serlo. No distinguía sus rasgos, pero los juegos de sombras lograban darme una idea de dónde se encontraban sus ojos, su nariz, su boca. Pareció alejarse unos segundos del vidrio, como si buscara mirarme mejor, después con su mano tamborileó los dedos sobre el vidrio y se ocultó, como si se dejara caer. Ese había sido el sonido que dos veces me había perturbado. Con una velocidad increíble sopesé todas las posibilidades ¿hombre al agua? ¿un animal? Viejas historias de sirenas y marineros emergieron del olvido. ¿Qué hacer? Con precipitación y sin siquiera tomar un abrigo, subí a cubierta y me incliné sobre el barandal en el punto en que calculaba debía estar la ventana de mi cuarto.

Ni un movimiento, ni un sonido. El mar parecía espeso, viscoso, inmóvil, sin oleaje. El casco y la cubierta eran un cementerio. Seguí observando hacía abajo, alternando a mis lados, a cubierta, al hoyo de la escalera. Nada. Estaba seguro de no haberlo soñado, y de no estar loco. Mientras miraba fijamente el agua, me pareció percibir sombras extrañas sobre su superficie. Eran partes oscuras que se encontraban en posiciones ajenas a las que la luz de la luna proyectaría sobre las olas. Intenté buscar alguna forma humana entre ellas, pensando que quizás se trataba del hombre o mujer que había visto en la ventanilla de mi camarote, pero era inútil, parecían sombras aleatorias y caprichosas. Noté con interés que dichas sombras sólo se extendían unos cuantos metros más allá del casco, persiguiendo al navío en su lento vaivén, pues no había forma de dejarlas atrás. Un rápido vistazo por los alrededores me permitió ver que tenían completamente rodeado el bote. Me encontraba tan ensimismado en mis pesquisas que casi podría decirse que había olvidado el suceso del camarote, pero un nuevo evento me despertó de mi curiosidad: las sombras comenzaron a hacerse más intensas, y no tardé en notar que eran sólo la imagen de algo que buscaba salir a superficie de las entrañas de la negrura.

Todo sucedió tan rápido. Me encontraba doblado sobre el barandal cuando tuve la certeza de reconocer formas surgiendo del agua. Eran rostros, cientos de rostros humanos que me miraban, que se aproximaban a la superficie pero que a unos cuantos centímetros de ella se detuvieron, y se quedaron ahí, contemplándome. Después me aventé a ellos. ¿Por qué lo hice? No lo sé. En ese momento mi alma ya no tenía aplomo suficiente, se encontraba en un estado deplorable y los rostros… los rostros eran una invitación, una salvación.

Ahora estoy aquí abajo, en el frío y lo oscuro, mirando hacia arriba junto a ellos. Este es mi lugar, aquí pertenezco, por siempre.

bplg.

viernes, 17 de junio de 2011

El Elefante Azul.

–No se trata de creer –dijo Ansky–, se trata de comprender y después de cambiar.
Roberto Bolaño, 2666.

La tablilla era antiquísima y decía: ‘Voz del elefante azul: si una persona repite tres veces la palabra uka será llevado ante la divinidad’. 

El primer debate surgió sobre el tipo de elefante: asiático  o africano, después sobre su edad, su sexo, su lugar de nacimiento. Pronto hubo grupos de apoyo para todo tipos de elefantes de todas las edades y nacidos en lugares inverosímiles del mundo. 

Los científicos, por otro lado, discutían la posibilidad de que un elefante fuera azul. Una parte decía que se podía, otra que no. Esto agravó la situación, pues algunos argumentaban que el elefante era azul celeste y otros azul marino. También comenzaron a preguntarse el significado de la palabra mágica, el volumen con que debía pronunciarse, la entonación, la hora para decirse, y muchas otras variables.
Al paso del tiempo los grupos se enfrentaron buscando realzar la gloria del mítico elefante. En esa primera guerra el ganador fue el grupo del elefante azul cielo de 2 años, nacido en África, defensores de que la palabra uka debía pronunciarse a un volumen moderado los lunes a las tres de la mañana durante todo el mes de octubre. 

En realidad, no importa quién triunfó, con el paso del tiempo volvían a surgir más y más partidarios de diversas corrientes. Y así sigue siendo hasta el día de hoy.

De vez en cuando alguna que otra persona era tomada por la divinidad, pero como nunca se les escuchaba decir las palabras no lograron esclarecer el misterio sobre la pronunciación, volumen y circunstancias correctas. Se les dejaba morir en el olvido, y se continuaba la discusión.

bplg.

lunes, 13 de junio de 2011

Nocturno Mar.

Ni tu silencio duro cristal de dura roca,
ni el frío de la mano que me tiendes,
ni tus palabras secas, sin tiempo ni color,
ni mi nombre, ni siquiera mi nombre
que dictas como cifra desnuda de sentido;
            
ni la herida profunda, ni la sangre
que mana de sus labios, palpitante,
ni la distancia cada vez más fría
sábana nieve de hospital invierno
tendida entre los dos como la duda;
            
nada, nada podrá ser más amargo
que el mar que llevo dentro, solo y ciego,
el mar, antiguo edipo que me recorre a tientas
desde todos los siglos,
cuando mi sangre aún no era mi sangre,
cuando mi piel crecía en la piel de otro cuerpo,
cuando alguien respiraba por mí que aún no nacía.
            
El mar que sube mudo hasta mis labios,
el mar que me satura
con el mortal veneno que no mata
pues prolonga la vida y duele más que el dolor.
El mar que hace un trabajo lento y lento
forjando en la caverna de mi pecho
el puño airado de mi corazón.
            
Mar sin viento ni cielo,
sin olas, desolado,
nocturno mar sin espuma en los labios,
nocturno mar sin cólera, conforme
con lamer las paredes que lo mantienen preso
y esclavo que no rompe sus riberas
y ciego que no busca la luz que le robaron
y amante que no quiere sino su desamor.
            
Mar que arrastra despojos silenciosos,
olvidos olvidados y deseos,
sílabas de recuerdos y rencores,
ahogados sueños de recién nacidos,
perfiles y perfumes mutilados,
fibras de luz y náufragos cabellos.
            
Nocturno mar amargo
que circula en estrechos corredores
de corales arterias y raíces
y venas y medusas capilares.
            
Mar que teje en la sombra su tejido flotante,
con azules agujas ensartadas
con hilos nervios y tensos cordones.
            
Nocturno mar amargo
que humedece mi lengua con su lenta saliva,
que hace crecer mis uñas con la fuerza
de su marca oscura.
            
Mi oreja sigue su rumor secreto,
oigo crecer sus rocas y sus plantas
que alargan más y más sus labios dedos.
            
Lo llevo en mí como un remordimiento,
pecado ajeno y sueño misterioso
y lo arrullo y lo duermo
y lo escondo y lo cuido y le guardo el secreto.

Xavier Villaurrutia.

No es nada de tu cuerpo.

No es nada de tu cuerpo,
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca —tu boca
que es igual que tu sexo—,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo, en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada —¿qué es una mirada?—
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un gramo, ni un momento:

Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.
Jaime Sabines.

domingo, 12 de junio de 2011

El honor y el tiempo.

Muchos se preguntarán cómo es que inició todo. Yo no sé cómo inició, sé cómo va a terminar. Y ese es el legado que dejo, no a futuras generaciones, porque no las hay, sino a cualquier civilización que pueda encontrarse con la ceniza de lo que alguna vez fue el espíritu de nuestra cultura. Ésta es la historia de los últimos humanos,  de su última batalla y  de cómo al final no hubo ni vencedor ni vencido, sino que el bien y el mal fueron un parpadeo en el tiempo.

Corre el año 333 del Tercer Ciclo, venimos combatiendo a las  fuerzas de la Resistencia desde Atrenda, nuestro hogar; combatimos en Efinyo, en Ópalus; uno a uno los planetas del enemigo, sus satélites, su vida fueron conquistados. Luchamos en las lejanas estepas del Sol, y logramos llegar a las mismísimas puertas de su ciudad, Lezeia; antes alma del mundo civilizado ahora sólo ruinas, podredumbre y dolor.

El sitio duró meses. Dentro de los muros devoraron lo que pudieron, devoraron a sus hijos, a sus amigos, a sus mascotas, a sus compañeros. Bebieron su orina, bebieron su sangre. Cuando la energía se agotó y las armas pararon, soltaron las bombas. Pero no a nosotros. Arrasaron con todo lo que había detrás: nuestras casas, nuestras esposas, nuestro pueblo, nuestros planetas. Luego abrieron las murallas y nos enfrentaron. Peleamos cuerpo a cuerpo, con cuchillos, con lanzas, con nuestros puños y con nuestros dientes. Peleamos por la vida, pero a la vez, peleamos por el fin de ella. Cuando el humo y la bruma se disiparon, cuando el grito y el llanto cesaron, cuando la sangre se coaguló y los gusanos brotaron de los cuerpos; entonces nos detuvimos y miramos. No quedaba nada, ni luz ni vida, sólo hombres solitarios, asustados, y la oscuridad. 

Esa noche nos reagrupamos. Veíamos las luces de su campamento. Quien ganara regiría el universo conocido. Los rebeldes decidieron huir. Partieron a las estrellas, atravesaron todos los sistemas conocidos y, como parte de una irónica profecía, llegaron hasta el planeta Tierra, alguna vez origen de nuestra raza, hoy otro cementerio antiguo y olvidado. Los seguimos por toda la galaxia. Fue una carrera alocada, frenética, sin sentido. Sabíamos que no habría retorno. Nuestra civilización había sellado su destino años atrás. Era el fin. 

En un intento desesperado los fugitivos activaron su máquina de tiempo, la persecución continuó en el flujo temporal. Su energía se agotó y nos detuvimos en un pasado remoto, el año 1942 E. C., fecha del Primer Ciclo. Abajo, nuestros antepasados peleaban contra las pesadillas de sus tiempos. Arriba peleábamos con las nuestras. Nuestro Omega.

La historia tiende a repetirse de manera cíclica. Es lo que dicen los sabios. Es lo que nos enseñó el tiempo. Si éste es nuestro fin ¿en quién se repetirá la historia? Es un viaje sin retorno, ninguna nave tiene energía para volver. En cierta forma fue un suicidio, estábamos demasiado cansados. Mañana moriremos sin que nuestros antepasados sepan que su fin está ocurriendo. Ellos seguirán soñando y profetizando su extinción futura, pero estará ocurriendo justo encima de sus cabezas. Nosotros… nosotros sólo tenemos el honor y el orgullo, y esa implacable necedad que nos obliga a extinguirnos en un gran lamento, en un festín de luz y poder. Extinguirnos como se extinguen los soles.

bplg.

miércoles, 8 de junio de 2011

Sobrevivencia.

Mi nombre es Despertar; Yahvé tu Dios me ha mandado por ti. El Armagedón está llegando a su fin, el Adversario será derrotado y destruido, y el Reino de Dios se instaurará en la Tierra por la eternidad. Has sido llamado  porque tienes una misión que cumplir en la batalla decisiva. No es cualquier misión, es una misión divina, pronunciada por la mismísima boca de Yahvé. Escucha, pronto se te harán llegar las instrucciones, pronto todo será revelado. Deberás tener fe, y a cambio tendrás el cuidado y la bendición del cielo, serás recompensado y tu alma será salvada. No debes tener miedo al cumplir tu tarea y tu brazo no debe flaquear. Ahora despierta, guerrero. Es hora.

El reverendo despertó de golpe. Su mente trató de atrapar algo, de aferrarse a un pensamiento escurridizo. Anotar. Recordar. Buscó al lado, en su mesita de noche, tomó la pluma y la libreta preparadas para la ocasión. Garabateó todo lo que podía recordar del sueño, debía aprovechar mientras los recuerdos se mantuvieran frescos, antes que el transcurrir del día sepultara las palabras del ángel. Porque tras cinco días de vislumbrar al ser luminoso y lánguido, que hablaba con autoridad y que repetía el mensaje una y otra vez sin cambiar una sola palabra, el reverendo se había convencido a sí mismo de que se encontraba ante la presencia de un ángel. 

Se giró sobre la cama para ponerse sus pantuflas. A pesar de sus setenta años, el reverendo aún conservaba cierta agilidad. Miro su libreta, había escrito lo mismo que el día anterior, con ligeras variaciones. Era difícil recordar las palabras exactas, pero la idea era la misma. Una misión. Meditó un momento. A través de las paredes de su cuarto, el rumor de movimiento en el monasterio se filtraba y lo hacía tener la sensación de ir tarde, de haberse quedado dormido. Pero el reloj de pared marcaba apenas las siete. -La visita, quedan pocos días- murmuró y se levantó para cumplir con sus oraciones antes del almuerzo. Era un hombre con demasiada fe.

El monasterio, una vieja fortaleza anterior a los días de la guerra, se encontraba en la parte más alta de la montaña que coronaba la ciudad y a pesar de lo difícil que era su acceso, cruzando una estrecha carretera plagada de curvas y voladeros, había sido seleccionado para la celebración del convenio entre la Federación Norte  y la Iglesia Neocristiana. Al principio corrió el rumor de que el líder de la federación acudiría, pero el paso de los días confirmó que sería su primer ministro quien tendría el honor de representarlo. Por el lado de la iglesia Neocristiana, su líder máximo, el Profeta Vivo, había confirmado su presencia al acto.

El reverendo terminó sus oraciones y no necesitó mirar el reloj. Sabía que se había demorado cuarenta y cinco minutos, siempre fue así, incluso en los peores días de la guerra; mantener la rutina había sido una válvula de escape para no enloquecer. Además, era su manera de rendir honor a los caídos. Después, un poco de ejercicio y darían las ocho. Tiempo suficiente para ponerse el uniforme y reunirse en el comedor.

Cerró la puerta de su cuarto, y comenzó a recorrer los pasillos. A su derecha, adornando las paredes grises, se proyectaban imágenes ampliadas de la guerra. La caída de Canadá, la reconquista de México, la batalla de Texas. Se detuvo ante esta última proyección. En la imagen, los soldados federales resistían atrincherados el ataque del ejército musulmán. Eso había sido antes del contraataque, cuando EUA había caído. Tocó la imagen. Él había estado ahí, había resistido con los últimos combatientes hasta que sonó la retirada. Larga noche. Retiró la mano y continuó su camino.

Más tarde, el reverendo se encontraba en su despacho, absorto en la traducción de la Nueva Biblia Neocristiana comentada por el profeta Buck. La tarde había llegado, podía notar el paso del tiempo por los ventanales de su despacho. Afuera, el patio soleado y amplio era pura tranquilidad, pero no tardaría en cambiar: a las 4 el monasterio abriría la puerta al personal de la Federación que se encargaría de organizar el evento de la siguiente semana. Es increíble la cantidad de cambios que se dan en poco tiempo, pensó, tuvimos que derrotar a los fanáticos para entender que lo mejor es encontrarnos del mismo lado la Federación y la Iglesia; y ahora en un momento clave de la historia puede que me esté volviendo loco. Suspiró. Se quitó las gafas y se recostó en el sillón. A su mente volvieron las imágenes del sueño, había meditado sobre él cada uno de los días que lo había tenido, y aún no podía decirse que tuviera una idea clara al respecto. Tras la revelación al profeta Buck era común escuchar historias de personas a las que la divinidad se les revelaba. La mayoría resultaban ciertas, aunque no faltaban los charlatanes. Pero sus años de experiencia le habían enseñado a guardar humildad y, sobre todo, a pensar antes de actuar. No quería ser la burla de la Junta Disciplinaria.

Se sobresaltó con los golpes en la puerta. Alcanzó a acomodarse antes de que la mujer atravesara completamente el umbral. Era blanca, muy blanca, pequeña, llenita, quizás apenas pasando los treinta años. Sus ojos tenían el brillo que tienen los ojos de los niños cuando el mundo aún es nuevo para ellos. Vestía extraño, un estilo anterior a la guerra, un estilo demasiado liberal: falda larga hasta los tobillos, una camisa delgada, de un amarillo pálido, sandalias cafés amarradas con un delgado broche y un pequeño morral de cuero. Mientras entraba se quitaba los lentes de sol.

Sonrío, y el reverendo pensó que era la sonrisa más franca que había visto en años. –Espero que no le moleste mi falta de educación, es que he esperado mucho para conocerlo, reverendo- estiró la mano a través del escritorio y después del saludo se sentó frente a él.
El reverendo salió de su asombro –¿Usted viene con la gente de la Federación? ¿Ya son las 4? Pierdo la noción del tiempo cuando me pongo a trabajar- y comenzó a guardar los apuntes y los libros en su cajón.
–Sí, en cierta forma es algo relacionado con ellos. Aún no son las 4 pero logré que me dejaran entrar. Son muy estrictos sus compañeros, pero no son inmunes a una mujer- contestó la visitante y después lanzó una risita.
–Es cierto, no somos de piedra- respondió el reverendo y forzó una sonrisa educada –Disculpe no haber acudido a recibirla- continuó - no esperábamos a nadie tan… temprano- intentó velar la acusación mirando el reloj del escritorio, apenas pasaban las tres.
–Sí, lo sé, los civiles no somos tan estrictos como ustedes. Tenemos muchas malas costumbres- respondió la mujer mientras seguía sonriendo –de todas maneras no llegué temprano para hablar del evento. Mi nombre es Ruth, mi apellido es mejor que no lo sepa y, bueno, no sé cómo abordar el tema, pero a mí también me ha visitado un ángel- su rostro se petrificó. La confesión dejó helado al reverendo. Clavó los ojos en los de ella, y una oleada de miedo sacudió su espina vertebral.

La tensión se rompió cuando Ruth se levantó, caminó al ventanal, lo abrió y sacó un cigarrillo de su morral. –Supongo que con lo que acabo de decirle… no habrá problema con el cigarro- dijo volviendo a sonreír. Encendió el cigarrillo, fumó y exhaló el humo con placer. Luego se volteó hacia el reverendo, que se había recostado de nuevo en el sillón y la miraba con curiosidad y asombro. Se recargó de espaldas en el alféizar de la ventana y comenzó –Hace más de una semana comenzaron los sueños. Sé que usted los ha tenido también pues la voz me lo dijo y, aunque no lo hubiera hecho, su expresión en este momento basta para saber que es cierto. Era un… ángel jeje… que se identificó como Mensajero. Me dijo que había una batalla, y que tenía una misión que cumplir. Me dijo que tenía que venir a buscarlo a este monasterio y transmitirle la información que me fue dada. Me dijo que usted ya estaría esperándome.- Miró al reverendo esperando una respuesta. Tardó unos segundo en llegar: –Perdón, es que esto es tan… extraño. Sí, he tenido sueños. A mi se me ha aparecido lo que considero un ángel, se llama a si mismo Despertar y me ha advertido de una misión que debo cumplir-
-Bueno, al menos sé que estoy charlando con el reverendo correcto. Sabe, primero creí que estaba enloqueciendo. Como aquélla mujer del sur que afirmaba ver al profeta Buck en su bañera ¿o era en el inodoro? Da igual, de todas maneras tuvieron que hospitalizarla- hizo una pausa -Pero después pensaba en todos los profetas menores que han ido surgiendo y que han establecido una comunicación verdadera con, bueno, Dios-

El reverendo se reincorporó un poco –Es cierto, me pasó lo mismo. He tenido accesos de duda. Las cosas han cambiado mucho desde los tiempos de Buck , su revelación nos trajo una guerra donde la Divinidad misma tuvo que intervenir para ponerle fin a todo ese horror. Fue la primera vez en muchísimos años que Dios se manifestaba al hombre. Y desde entonces no ha parado de hacerlo. Si me pregunta si creo que sea Dios quien nos está hablando, respondería que sí. He visto demasiadas cosas, además soy reverendo, y creo que el Armagedón está por fin a punto de terminar-
Ruth sonrió -¿Y no considera, reverendo, que también puede ser que todo esto de Despertar, de Mensajero y de los sueños sean obra del Adversario?- por un momento la atmosfera pareció tornarse sombría, el reverendo meditó un momento y contestó –El Adversario no se ha comunicado con el hombre desde los tiempos de Adán. Ni siquiera se manifestó cuando Buck reveló que el Armagedón ya había comenzado, que se encontraba en proceso. No, no lo creo. Quizás sepamos quién se está comunicando con nosotros hasta que sepamos sus intenciones-
-Esto le va a encantar, reverendo. Hace dos días otro hombre me visitó. Un ángel había hablado con él. Me llevó un artefacto explosivo, con su detonador y las instrucciones para operarlo. Me dijo que yo sabría qué hacer con él. Y sí, yo ya lo esperaba-. El reverendo junto las cejas, y recargó los codos en el escritorio. Ruth prosiguió –Las instrucciones son entregárselo a usted, y apoyarlo para sabotear el convenio. Tenemos que eliminar al Primer Ministro y al Profeta Vivo- una sonrisa iluminó su rostro.
El reverendo parecía no comprender, titubeó un poco y comenzó a frotar su barbilla. Al final murmuró –No tiene sentido, ¿para qué necesitaría Dios algo así?-
-Bueno, estamos hablando de una guerra, el Armagedón, que comenzó con la caída del imperio romano. Y esas no son palabras mías, es la revelación de Buck. Como ve, el final ha durado demasiado tiempo. Ese no era el plan de Dios, nunca lo fue. Él también tenía planeado un final como el de la vieja iglesia, con fuego y azufre; un final rápido y una victoria segura. Pero no contaba con que el Adversario fuera tan fuerte y nos haría resistir tanto. En realidad, el Adversario es quien nos ha mantenido vivos tanto tiempo, negándonos a cumplir la voluntad de Dios de, bueno, morir-
-Eso ya lo sé. Todo eso fue explicado por Buck. Los grupos religiosos reaccionaron de formas extrañas. Muchos cometieron suicidios o dieron asesorías a sus fieles para quitarse la vida. Los más virulentos se lanzaron a la guerra a cumplir el deseo de Dios de llevarnos a juicio. No de matarnos, un Dios de amor no pensaría nunca en matarnos, sino de llevarnos ante su presencia para tener juicio justo. Por eso tuvimos esta guerra. Por sobrevivencia. Porque pensábamos que cumplíamos la voluntad de Dios al regar la sangre de nuestros hermanos. Así fue asesinado Buck y muchos otros, hasta el día del Gran Lamento cuando Dios se manifestó y pidió detenernos. Él fue muy claro, dijo que nos tomaría cuando fuera su voluntad, y que no necesitaba nuestra ayuda para terminar el Armagedón-
-Todo eso también lo sé, reverendo. Soy joven pero viví los últimos días de la guerra. Lo preocupante es que, según Mensajero, en el día del Gran Lamento no fue Dios quien habló, sino el Adversario-. Guardaron silencio durante un momento. El reverendo comenzó a pasearse por el despacho. Ruth ya no fumaba, sino que miraba el patio con aire de distracción.
-No puedo concebir la idea de un Dios que busca dividir a su creación, que busque enemistarla para que se maten los unos a los otros-
-No para que se maten- interrumpió Ruth –para que sean llevados a juicio- El reverendo la miró un momento y continuó –Este convenio marcaría el inicio de otra etapa de paz, marcaría el inicio de un gran momento histórico. Y usted no puede hacerme creer que Dios desea que volvamos a los días de la guerra, a toda esa muerte -
-No intentaré convencerlo de nada, reverendo. Mi labor es informarle y darle su, bueno, herramienta. El convencerlo o no se lo dejo a su conciencia y a su ‘ángel’. Sólo déjeme preguntarle algo ¿si la voluntad de Dios fuera destruirnos, la aceptaría o no?-
-Uno debe aceptar la voluntad de Dios sobre cualquier…-
-¿Y el Armagedón, cuándo ha sido otra cosa que el holocausto de la humanidad? Piénselo. Mientras…- Sacó del morral un objeto cuadrado de apariencia pesada y otro más pequeño, del tamaño de un dedo –Y asegúrese de ponerlo cerca de los dos, no podemos fallar.

* * *

…del Primer Ministro, quien sobrevivió gracias a la oportuna intervención de su cuerpo de seguridad y a la falla en la manufactura del objeto explosivo. Por otro lado, el Profeta Vivo se encuentra estable en el Hospital Fin de la Agonía del centro de la ciudad, tras la ligera crisis nerviosa presentada después del ataque. La policía arrestó al hombre que detonó el explosivo, al parecer una persona del mismo Monasterio; y se encuentra haciendo las averiguaciones necesarias para encontrar a los cómplices…

Samuel apagó la tele. Se quedó pensativo. –Tu desayuno, se va a enfriar- dijo su mujer con enojo.
-Sí, perdón. Es sólo que… he tenido este sueño. En realidad van dos días que lo tengo. Y veo lo que parece ser un mensajero de Dios, que me advierte sobre todo esto de la bomba. Me dijo que cuando fallaran, la batuta de la batalla me seria pasada a mí. Que se me informaría qué hacer. Loco, ¿no?

bplg.