domingo, 12 de junio de 2011

El honor y el tiempo.

Muchos se preguntarán cómo es que inició todo. Yo no sé cómo inició, sé cómo va a terminar. Y ese es el legado que dejo, no a futuras generaciones, porque no las hay, sino a cualquier civilización que pueda encontrarse con la ceniza de lo que alguna vez fue el espíritu de nuestra cultura. Ésta es la historia de los últimos humanos,  de su última batalla y  de cómo al final no hubo ni vencedor ni vencido, sino que el bien y el mal fueron un parpadeo en el tiempo.

Corre el año 333 del Tercer Ciclo, venimos combatiendo a las  fuerzas de la Resistencia desde Atrenda, nuestro hogar; combatimos en Efinyo, en Ópalus; uno a uno los planetas del enemigo, sus satélites, su vida fueron conquistados. Luchamos en las lejanas estepas del Sol, y logramos llegar a las mismísimas puertas de su ciudad, Lezeia; antes alma del mundo civilizado ahora sólo ruinas, podredumbre y dolor.

El sitio duró meses. Dentro de los muros devoraron lo que pudieron, devoraron a sus hijos, a sus amigos, a sus mascotas, a sus compañeros. Bebieron su orina, bebieron su sangre. Cuando la energía se agotó y las armas pararon, soltaron las bombas. Pero no a nosotros. Arrasaron con todo lo que había detrás: nuestras casas, nuestras esposas, nuestro pueblo, nuestros planetas. Luego abrieron las murallas y nos enfrentaron. Peleamos cuerpo a cuerpo, con cuchillos, con lanzas, con nuestros puños y con nuestros dientes. Peleamos por la vida, pero a la vez, peleamos por el fin de ella. Cuando el humo y la bruma se disiparon, cuando el grito y el llanto cesaron, cuando la sangre se coaguló y los gusanos brotaron de los cuerpos; entonces nos detuvimos y miramos. No quedaba nada, ni luz ni vida, sólo hombres solitarios, asustados, y la oscuridad. 

Esa noche nos reagrupamos. Veíamos las luces de su campamento. Quien ganara regiría el universo conocido. Los rebeldes decidieron huir. Partieron a las estrellas, atravesaron todos los sistemas conocidos y, como parte de una irónica profecía, llegaron hasta el planeta Tierra, alguna vez origen de nuestra raza, hoy otro cementerio antiguo y olvidado. Los seguimos por toda la galaxia. Fue una carrera alocada, frenética, sin sentido. Sabíamos que no habría retorno. Nuestra civilización había sellado su destino años atrás. Era el fin. 

En un intento desesperado los fugitivos activaron su máquina de tiempo, la persecución continuó en el flujo temporal. Su energía se agotó y nos detuvimos en un pasado remoto, el año 1942 E. C., fecha del Primer Ciclo. Abajo, nuestros antepasados peleaban contra las pesadillas de sus tiempos. Arriba peleábamos con las nuestras. Nuestro Omega.

La historia tiende a repetirse de manera cíclica. Es lo que dicen los sabios. Es lo que nos enseñó el tiempo. Si éste es nuestro fin ¿en quién se repetirá la historia? Es un viaje sin retorno, ninguna nave tiene energía para volver. En cierta forma fue un suicidio, estábamos demasiado cansados. Mañana moriremos sin que nuestros antepasados sepan que su fin está ocurriendo. Ellos seguirán soñando y profetizando su extinción futura, pero estará ocurriendo justo encima de sus cabezas. Nosotros… nosotros sólo tenemos el honor y el orgullo, y esa implacable necedad que nos obliga a extinguirnos en un gran lamento, en un festín de luz y poder. Extinguirnos como se extinguen los soles.

bplg.

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