viernes, 26 de septiembre de 2014

Proteger a los animales 1

Siempre he creído que los ambientalistas, los protectores de animales, los vegetarianos y similares se mueven en el precipicio de los asuntos que se juzgan sin medias tintas, arriesgándose a caer en la contradicción y la doble moral de unas convicciones ideológicas tan radicales como insostenibles. Y no es que sus esfuerzos y sus ideas me parezcan erróneos, al contrario, pero la forma tajante de juzgar cualquier asunto relacionado con árboles y animales como “bueno” o “malo” me parece que raya en lo fanático.

Todo esto a propósito de la reciente prohibición de los circos con animales que han adoptado algunos estados y ciudades de la república. Hay algo en el asunto que no me sabe a victoria. Quien haya ido a un circo de pueblo sabe que los espectáculos que se ofrecen no se acercan ni tantito a los que ofrecen, por ejemplo, el Cirque du Soleil, circo cuyo nombre no puedo pronunciar en su idioma original y al que nunca he ido gracias su primera y decisiva diferencia: el precio. Por un boleto de seiscientos pesos yo me imagino que el espectáculo es tan sorprendente como la aurora boreal (la cual, por cierto, es gratuita).

Pero los circos de pueblo no son auroras boreales y quienes trabajan ahí hacen lo que pueden con los medios que tienen. Y he visto circos lamentables, al borde del fin, con carpas gastadísimas, remendadas y parchadas, con un personal tan limitado que el trapecista es al mismo tiempo el domador, el payaso y el vendedor de refrescos, y la taquillera es la contorsionista, la bailarina y la vendedora de palomitas, todos ataviados en trajes viejos y descoloridos, y con gradas tan usadas que uno se juega el físico al sentarse en ellas. Ni siquiera concibo la vida que deben llevar, no imagino cómo es ser nómada en la pobreza pero sospecho que no debe ser tan artístico, intelectual ni interesante como los adolescentes acomodados piensan.

Por eso la prohibición se me hace una victoria tan triste. Porque es una victoria espejismo, es una victoria que no existe y no existe porque al final vuelven a perder quienes no deberían. Los grandes imperios circenses continuarán vivos, es cierto, pero vivas continuarán también la tauromaquia, las peleas de gallos, las carreras de galgos y de caballos, y otros pasatiempos que relaciono con la gente rica y que mi instinto paranoico sospecha son intocables por este mismo motivo.

No dudo que se maltrate a los animales en los circos. Pero tampoco dudo que haya circos en los que no se les maltrate. Y las legislaciones en negativo (prohibiciones, pues) no me parecen un avance, en especial cuando afectan tanto a justos como a pecadores. Dicen los aferrados que una regulación en el uso de animales en el circo sigue siendo insuficiente porque el animal seguiría en cautiverio, argumento por demás extraño. También dicen que no usar animales potencia el desarrollo de talentos humanos con los que el circo termina ofreciendo un mejor espectáculo y por lo tanto ganado un mayor ingreso. Lo cual es similar a decir que si me bajaran mi salario yo buscaría trabajar horas extras, potenciando mi productividad.


 El problema fue que nunca se dio la oportunidad de opinar a quienes iban a ser afectados, ni de ofrecer alternativas, ni de ofrecerles un beneficio a cambio de las perdidas, nada. Todos opinaron, menos ellos. Ahora, los protectores de animales están celebrando su triunfo y buscando nuevas legislaciones en las que expandir su imperio de bondad y buenas intenciones. Lo cual me parece muy bien, pero en lo que a mí respecta cualquier protector de animales es un falso desde el momento que se lava las manos para eliminar microbios, y desde el momento que no dona su cuerpo para que un virus como la viruela pueda volver a existir. Porque ellos han juzgado los actos de todos los demás sin medias tintas, en términos absolutos y por lo tanto, en honor a las sagradas escrituras, serán medidos con la misma vara.

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