viernes, 26 de septiembre de 2014

Literatura de terror

Creo que los nuestros son los tiempos más difíciles para la literatura de terror. Es decir, para escribirla. Me parece que nunca como hoy ha sido tan arduo para los escritores despertar, en los lectores, un sentimiento de miedo o terror, acostumbrados como estamos a lo explícito. La literatura ha tenido siempre una desventaja frente al cine, en particular, cuando de espantar se trata. La tensión ambiental surgida de la mezcla entre lo visual y lo sonoro es difícil de imitar en un cuento o en una novela, y es difícil también para otros medios como el cómic, o la música. Las películas de los últimos años se han vuelto más osadas cuando se trata de incursionar en el terreno de lo gráfico, en la muestra descarada de sangre y vísceras que poco a poco nos han ido insensibilizando frente a lo que antes, incluso de forma velada, nos inundaba de miedo.

De igual forma, la vida misma, la realidad, ha aportado lo suficiente para contribuir con esa insensibilidad dificultando la labor del escritor. Y si además agregamos el predominante pensamiento racional y científico de nuestros tiempos, la agonía de los viejos sistemas religiosos, morales espirituales y de valores, el escepticismo y el avance tecnológico, la labor del escritor raya en lo imposible. ¿A qué podría temerle el hombre actual? Y, ¿qué podría aportarle la literatura a ese miedo que no pudiera aportarlo de mejor manera el cine?

A través de los tiempos, la literatura de terror se ha ido adaptando al miedo latente de las personas, los escritores han descubierto en sus propios temores aquello que aterroriza y sobrecoge, y han sabido contárnoslo con mucha dignidad. Desde Edgar Allan Poe hasta Lovecraft, pasando por el temor a los muertos, a los fantasmas, a la muerte, a terrores cósmicos, demoniacos, de cultos olvidados y antiguos, pasando por el terror al despoblado, el terror de las zonas rurales alejadas y abandonadas por la sociedad, los escritores han sabido echar mano de las particularidades de sus tiempos y han descubierto verdaderos terrores, miedos arraigados  en lo profundo de la mente y que no sólo se tratan de un sobresalto gratuito causado, casi siempre, por un simple sonido de elevado volumen.

Hoy, la literatura de terror se encuentra en un punto donde la revitalización no sólo es posible sino necesaria. Está tan abotargada, frenada, atenazada, entre los best sellers y el cine, que su mayor exponente literario, Stephen King, rara vez escribe algo que no sea ciencia ficción o fantasía. El problema, en este caso, no es la insensibilidad que comentaba, sino la falta de visión y de ideas frescas, esa falta de adaptación que otros escritores tuvieron y que los llevaron a trascender la historia clásica de terror para proponer y revelarnos miedos que no sabíamos que existieran, al menos de forma consciente porque el miedo y su detonante nunca dejan de ser una parte innata de nosotros.

Quizás convendría echar una mirada al pasado, y quizás podamos encontrar nuestros nuevos miedos en aquello que ya creíamos olvidados. Somos una generación con una visión muy distinta sobre la muerte y el dolor físico, es cierto, pero también somos una generación y un país que sigue creyendo en los horóscopos, que hacemos de los astrólogos y adivinos estrellas de televisión e ídolos de masas, somos un país atraída por el ocultismo, por la ouija y por los curanderos, con una arraigada tradición de brujos, leyendas y ritos prehispánicos.


Somos una mina de oro para el terror.

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