Hay quienes
afirman que la tauromaquia es un arte y que los toreros son artistas. Hay,
también, quienes hablan de corridas de toros usando términos como “cultura”,
“tradición”, “intensidad”, “rito”, “simbolismo”, “nobleza” y muchas otras igual
de rebuscadas. No vayamos lejos, el premio Nobel, Vargas Llosa, afirma que lo
que más aprecia de la fiesta brava es la sabiduría del torero. Bueno, la
sabiduría y la gracia, el arrojo y la inspiración. Quizás sea mi falta de
sensibilidad, de cultura incluso, pero no entiendo cómo es necesaria la
inspiración para matar un animal. Tampoco considero los mataderos como un
centro cultural, ni me atrevería a calificar a los matarifes de agraciados,
sabios y arrojados. Ni siquiera calificaría los tacos como arte, y debo admitir
que son mi comida favorita, para regocijo de los defensores de la tauromaquia.
Las
corridas de toros son una tontería. No importa cómo las aderecen ni la variedad
de adjetivos con que las califiquen. Son otra forma de perder el tiempo igual
de inútil y estúpida que sacarse la borrita del ombligo. Además, su defensa es
tan insostenible que el ya nombrado Nobel recurre a argumentos como el que
sigue: “el día que dejen de comer carne yo dejo de defender las corridas”, el
cual es lastimero y patético por donde se le mire. Porque el problema no es que
la gente tenga ese pasatiempo (creo que cualquiera es libre de elegir cómo
desperdiciar su vida) sino el pasatiempo en sí. La ocasión anterior escribí
sobre mi desacuerdo con la prohibición de animales en los circos. Defendí que
los circos pudieran tener animales porque sé que existen formas dignas de
acercar animales a quienes de otra forma nunca los van a conocer. También dije
que no estaba de acuerdo con el enfoque prohibicionista y paternal del
gobierno, que me parecían más positivas la regulación y la concientización, y
aún suscribo.
Pero a
menos que las corridas de toros terminen con el toro y el torero estrechándose
la mano y la pata, respectivamente, no me imagino una forma de regularizar la
“fiesta brava”. Fernando Savater dice que la prohibición de las corridas
supondría quitarle el sentido a la existencia de los toros. Fuera de lo
pintoresco del argumento, me llama la atención la suposición de que los toros
necesitan un sentido en su vida, y me llama aún más la atención que nos
corresponda a los humanos darles ese sentido… nosotros, que ni siquiera
conocemos el nuestro. Y es que el problema de fondo es ese, que aún no
conocemos cuál es nuestra posición en la naturaleza. Nos sabemos superiores
pero no sabemos cuál es la forma en que debemos interactuar con los animales.
Hay quienes
dicen que los animales no tienen sentimientos. No lo sé. Sé que nosotros los
tenemos, sé que somos distintos a ellos y que esa distinción nos hace
superiores. Pero creo que esa distinción y esa superioridad no nos convierten
en sus dueños, ni en sus amos, sino que nos hace responsables de ellos, porque
incluso cuando se trata de dar muerte hay muchas formas de hacerlo, y pocas de
ellas son dignas. No sé si los animales tengan derecho a una vivienda, al
trabajo, a la educación, me imagino que no, pero sé tienen el mismo derecho que
tenemos nosotros la vida porque les fue regalada en la misma forma y
circunstancia. Incluso cuando nos comemos los unos a los otros, nuestra
relación es una cuestión de dignidad, respeto, y muchísima responsabilidad, esa
misma responsabilidad que tenemos para quienes no son como nosotros, para
quienes son débiles y no se pueden defender. Por eso, y sólo por eso, estoy de
acuerdo con que el gobierno prohíba las corridas de toros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario