jueves, 9 de agosto de 2012

La adolescencia que no termina.


No es una derrota. La batalla me asalta a cada paso que doy. El enemigo me mira a los ojos, pero mi alma se ha quebrado ya. 

Estoy cansado. Cansado del deseo que no acaba, de tu indiferencia, de mis celos, de tus colores, del arcoíris que enarbolas como bandera para los combates que nunca libras conmigo. Cansancio de dios, del pecado, de la maldad, de la rutina. De la mala música, de las pláticas insípidas, de la educación, de la gente y de todo lo que está vivo. De la violencia y del sexo; y del sexo violento. De la esperanza que no abandona, de la luz y de la oscuridad. De la hipocresía, de la honestidad, del humor negro, del destino, del humor cruel del karma, de defender lo indefendible, de ver triunfar lo increíble. De la falta de asombro, de la falta de imaginación. De sonreír, de aguantar, de pelear, de levantarme. Del paso de los días y los años. Del día, de la noche, de este miedo que consume, que germina en el centro del pecho, que recorre las venas como si fuera la tinta más oscura. De este baile ridículo que no quiero bailar, de los protocolos y las reglas. Del humo. Del dinero y de su carencia. De mi hipocresía. De todo lo que tengo que decir cuando no quiero decir nada, de todo lo que no digo cuando quiero decirlo todo. De engañarte cuando las cosas no tienen remedio, porque nunca lo tienen. Del ruido y de la lluvia y del calor. De caer al frío, y del frío, y de este hielo que bombea eso que ya no debe bombear. De fingir que me importa lo que no me importa, de esconderme preocupado por lo que merece preocuparse. De que no me escuches, de que no me entiendas, porque a veces ni yo me entiendo. De lo que cuenta, de que ignoren lo que cuenta. Del sonido, del silencio, de la lluvia y de que todos los caminos nos conduzcan a la muerte, y de la muerte, cansado de tanta muerte…

Pero sobretodo, de esta adolescencia que no termina. 

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