La prensa internacional menciona la
situación de México con mucha precaución. Trata los problemas del país como
algo terrible pero pasajero, cuidándose de señalar siempre que los mexicanos
somos gente muy linda y asegurando que al final, sin duda, las fuerzas del Bien
lograrán triunfar. El presidente de Uruguay, el señor Mujica, en un arranque de
honestidad, compartió una visión más realista y mexicana de nuestros problemas.
Llamó a México un estado fallido y luego se retractó por cuestiones
diplomáticas.
El señor Mujica, famoso por sus
controversiales declaraciones, publicó un comunicado donde dice que el México
no puede ser un fracaso dadas nuestras raíces precolombinas y nuestro “capital
político”. No entiendo muy bien por qué ser precolombino es razón para ser un
estado exitoso; tampoco sé qué significa eso de “capital político”. A lo mejor
el señor Mujica se estaba burlando de nosotros. Lo que me queda claro es que el
gobierno mexicano anda muy sensible.
Decir que México es un estado fallido puede
ser apenas exagerado. Pero cuando vemos otros estados sólidos, benéficos y
sustentables, nos damos cuenta de que México dista mucho de tener uno siquiera
similar. Hace años que nuestras instituciones perdieron toda credibilidad, y
están a punto de perder cualquier rastro de respeto que se les tenga. Por mucho
que se incomode el gobierno, el estado ya no puede garantizar nuestros
derechos. No sé si eso sea un “estado fallido” pero si el gobierno gusta
podríamos concederles el uso de un término políticamente correcto como “estado
semifallido” o “estado en vías de fallar”.
El presidente Mujica tiene razón, la
corrupción nos rebasó. El crimen organizado se volvió el Estado y ahora no hay
ninguna institución capaz de garantizar nuestra seguridad. Los mexicanos
estamos conscientes de que los grupos de delincuencia organizada o el gobierno pueden
venir a capricho y despojarnos de nuestro patrimonio, de nuestra libertad o de
nuestra vida, y que no hay nada ni nadie que los detenga ni mucho menos que
imparta justicia. Sabemos que si caemos en sus manos no tendremos ni una sola
oportunidad. Llevamos años viviendo así, y del miedo hemos pasando a la ira.
Hemos visto a nuestros representantes despacharse
con la cuchara grande durante años, engordando sus billeteras y dejando para el
pueblo menos que las sobras, los hemos visto engañarnos, burlarse, tolerar y
cometer actos de corrupción y actos de sangre tan crueles y sádicos que perdimos
ya la capacidad de asombro. Los videos del estado islámico donde decapitan
prisioneros extranjeros nos dejan como si nada. Para nosotros es lo normal,
habituados como estamos a ver peores formas de morir. Eso es lo que le pasa a
México. Que ya no estamos indignados y ofendidos, estamos encabronadísimos. El
Estado se precipita al peor de los fracasos y no es una exageración pesimista
de los mexicanos: es que hemos tenido que soportar al gobierno y a la
delincuencia todos los días, los hemos visto operar y conocemos el rumbo que
están tomando los acontecimientos.
La mayoría de la prensa extranjera llama a
Ayotzinapa “el mayor reto” al que se ha enfrentado el gobierno mexicano. Pero esto
sólo demuestra un desconocimiento de la situación. Hace ver como si los
problemas no fueran la impunidad, la corrupción, el asesinato, el crimen
organizado, sino el hecho de que los mexicanos presionen al gobierno en una ola
de indignación y resentimiento. Ayotzinapa no es ni la más cruenta ni la mayor
de las infamias que hemos soportado, pero es la que derramó el vaso. La
reacción del pueblo por los estudiantes desaparecidos tampoco es el “mayor
reto” del gobierno. Su mayor reto lleva años gestándose, y Ayotzinapa es sólo
un síntoma entre otros tantos que evidencian lo ineludible: el estado mexicano
ha fallado.
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