lunes, 15 de agosto de 2011

Sobre Bolaño.

 
Escribo esta apresurada entrada porque hoy en la tarde volví a recordar Los Detectives Salvajes y 2666. Qué triste haber descubierto a Bolaño ya cuando había muerto; qué triste que haya muerto dejando inconclusa su libro.

Estuve toda la tarde cavilando y armando discursos interiores sobre por qué son grandes estos dos libros. Ensamblé toda una serie de argumentos elogiosos y críticos para ensalzar su obra; eché mano de lo poco (muy poco, en realidad) que sé de redacción, de estructura, del oficio de escribir.

Pero lo cierto es que sus obras me parecen grandes por lo que me hicieron sentir. Sus libros me llegaron hondo, muy hondo, más hondo de lo que cualquier escritor reciente haya llegado. Y lo he comparado con mis clásicos de siempre, mis predilectos: Poe, Rulfo, Borges. Pero la comparación dista mucho de ser un duelo de formas, sino una comparación en la huella dejada.

¿Qué puedo decir de un libro monstruoso como Los Detectives Salvajes, si cada página amenazaba con hacerme llorar? Y en los momentos más brillantes amenazaban con sacar lágrimas y carcajadas. Así de oscuro, así de ácido.
¿2666? Lloré cuando terminó. Y me dio pena, un tipo gordo llorando en un asiento de ado con destino incierto y con un libro rojo en la mano. Intenso.
Nunca los he podido releer. No lo soportaría. Pero los conservo muy junto de mí. Y sé que antes de morir los releeré. Pero no antes.

Vaya con Dios, Bolaño. Que si yo supiera que he de partir pronto, quisiera dejar algo cercano a 2666.

bplg.

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