lunes, 12 de marzo de 2012

La Escondida.


Hay en la ciudad, en una de esas calles intransitadas que llevan a ningún lado, una cantina llamada, con ironía, La Escondida. Es una construcción estrecha de dos pisos; su fachada podría ser la de una casa normal, salvo el letrero luminoso con el nombre del establecimiento y el logotipo de una marca de cerveza. El edificio y todo su mobiliario son viejísimos. Si entramos, atravesando primero la protección metálica cubierta de óxido y moho, y luego la puerta de madera podrida, podremos observar un cuarto pequeño de azulejos amarillos. Alrededor de la habitación hay un mundo de cartones, decenas, quizás cientos de ellos, repletos de botellas vacías, polvo y mugre.  De entre el caos sobresalen tres refrigeradores que dejan ver un interior repleto de cerveza; y en medio, en lo que podría tratarse de un claro o un oasis patético, hay una mesa de aluminio, picada y quebradiza, con cuatro sillas de plástico. Al fondo, en una esquina, hay un pequeño altar con flores, una veladora y una figura de la santa muerte. Debajo se encuentra una puerta de la que salen música y risas. Si entráramos veríamos un cuarto más espacioso y menos desordenado que el primero, además de tener más mesas, un acceso a los baños, algunas cantineras y algunos clientes que, a pesar de lo prematuro de la tarde, se encuentran en un estado de suma excitación.

Pero no iremos hasta allá. En el primer cuarto, en el oasis que mencionamos, están una mujer y un hombre sentados cara a cara. Tienen unas cervezas destapadas y algunas botellas vacías desparramadas por la mesa. La mujer debe tener casi treinta años, pero se ve más vieja y cansada. Es pequeña, gorda y morena, muy morena. Tiene la cara hinchada, y flácido todo el cuerpo. Usa el cabello corto, en un estilo casi varonil, y lo tiene teñido de rubio. Viste un diminuto short de mezclilla que resalta sus piernas y su celulitis, una blusa de tirantes por la que se desbordan sus senos negros, y unas chanclas entre las que nadan sus dedos sucios y oscuros. El hombre es un poco mayor, apenas pasados los treinta. Es delgado pero tiene una barriga prominente, su piel es más clara que la de la mujer, y usa un bigote delgado que le da un aire de tonto. Usa un pantalón de vestir azul, unos tenis blancos casi desintegrados por el uso, una playera con el resorte vencido y con rastros apenas visibles de lo que alguna vez fue un estampado, y una gorra de camionero con la visera para atrás. La mujer está inclinada hacia la mesa y con su mano izquierda juega el cuello de una botella, el hombre está recostado sobre la silla, con las piernas estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos, y está fumando.

Te lo contaré como me lo contó mi madre, dice ella sin mirar al hombre que la observa con dureza, porque es la única forma en la que me la sé. Ella empezó a vivir con mi papá cuando nació mi hermano el mayor, vivían en una casa que la mamá de mi mamá les había prestado allá por el rumbo de la Oriente. Mi papá nunca tuvo trabajo, la verdad es que mi madrecita era la que hacía todo. Se dedicaba a lavar ajeno, a trabajar en casas, a veces hacía gelatinas o cosas así para que nos fuéramos a vender, pero lo que es mi papá nunca hizo ni madres. Era bien huevón el viejo. Y además vicioso, le gustaba mucho tomar y las mujeres. También se metía otras cosas, a veces cosas ya más fuertes, y todos lo sabíamos pero como mi mamá le tenía miedo porque le pegaba sus chingadazos, pues nunca dijimos nada. Y aparte que a nosotros nunca nos tocó, allá era mi madre la que le tocaba aguantarlo. Yo creo lo amaba mucho o le temía mucho o las dos cosas. Sabrá dios. Pero por la época en que mi hermano cumplió dos años, y yo todavía no nacía, mi papá comenzó a juntarse con otro señor que conoció en el vicio y que luego llevaba a la casa. Eran igualitos, yo creo por eso se llevaron tanto. Primero el señor namás pasaba por mi papá, pero ya luego comenzó a ir a la casa y había veces que se quedaba a dormir en la sala o ya en el piso si andaban muy pedos. Luego dice mi mamá que la cosa se puso cabrona porque el otro señor tampoco tenía ni trabajo ni dinero y ella tuvo que empezar a trabajar para los dos. Luego, una noche, el señor se intentó propasar con mi mamá cuando dormía, y pues le intentó meter mano y cuando mi mamá gritó, mi papá en lugar de defenderla le empezó a decir que cogiera con su compadre, porque ya a esas alturas hasta compadres se creían, y que cogiera con él porque le decía que era como si cogiera consigo mismo. Pero mi madre no quiso, y luego entre los dos que la empiezan a madrear y a encuerar y ya se la iban a coger yo creo los dos, cuando llegó mi abuela, que vivía atrás y había escuchado el desmadre, y llegó con los hermanos de mi mamá y pues ya no le hicieron nada. Ya después de eso, mi papá dejaba de ir a veces semanas a la casa. Andaba en el puro viaje y cuando iba namás era a recoger dinero o a pues cogerse a mi mamá. Hasta que una vez que se le muere el compadre, no sé si en una peda o en una pelea o de plano de tanta porquería que se metían los atascados, pero total que se le peló. Y mi mamá se enteró pero mi papá ni sus luces, namás no iba y no iba. Y ya luego que aparece una noche, bien pedo y metiéndose soda ai mero en la sala de la casa, y que comienza a madrear a mi mamá, le pegaba y le decía que por su culpa, que era culpa suya que se hubiera muerto su compadre, y que mejor se hubiera muerto ella y no él. A punta de vergazos se la llevó al cuarto. Ya ahí la tiró, le arrancó la ropa y que se la deja ir. Y dice mi mamá que mientras se la cogía se puso a llorar el muy puto, y a decir el nombre del compadre, y para mi que eran mayates porque luego me contó mi abuela que hasta por la cola se chingó a mi mamá el cabrón, porque luego ai andaba que le salieron unas como bolas en el recto y un pinche desmadre. La cosa es que ya sacando cuentas, dice mi mamá que esa noche fue cuando me concebió.  O sea que yo nací fruto de esa violación, ¿ves?

La mujer hace una pausa y prende un cigarro. El hombre da un trago a la cerveza.  La mujer continúa. Yo creo… te cuento esto porque ahora estoy aquí. He pasado muchas cosas malas y buenas, pero ahora estoy aquí, en este local. Sé cómo me mira la gente allá afuera, sé lo que dicen de mi y lo que piensan. No quiero justificarme por andar de puta. Si te lo cuento es porque tengo miedo. Porque me pregunto si el pecado se hereda. Porque…  Pues no sé por qué, si tú ni oyes. Un día de estos un puto loco me va a meter un tiro o algo y ya está. Estaré frente a dios y ni sé qué le voy a decir. Ni sé si tengo algo que decirle. Por eso no tengo hijos, aparte que ni puedo tenerlos. Porque yo creo que es mejor que esto termine aquí conmigo que ya estoy acostumbrada y que la verdad hasta me gusta. Porque me gusta, porque toda esta chingadera me gusta. Porque, puta madre, ¿a qué infierno manda dios a los que ya estuvieron en él? No, mijo, ya de aquí sólo puede esperarme la nada. Así que vente, papacito, mejor vamos a bailar.

La mujer se levanta de golpe, sobresaltando al hombre, y lo jala de una mano para que se levante. El hombre sonríe y se pega al cuerpo de la mujer, recargando con malicia los genitales en su vientre. Luego le agarra las nalgas como si esa fuera la posición correcta de baile, y comienza a estrujárselas. La mujer lo arrastra a dar vueltas, pero no tienen ritmo ni sincronía. Sólo giran ahí, y se ríen.

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