Hay en la ciudad, en una de esas calles intransitadas que
llevan a ningún lado, una cantina llamada, con ironía, La Escondida. Es una
construcción estrecha de dos pisos; su fachada podría ser la de una casa
normal, salvo el letrero luminoso con el nombre del establecimiento y el
logotipo de una marca de cerveza. El edificio y todo su mobiliario son
viejísimos. Si entramos, atravesando primero la protección metálica cubierta de óxido y
moho, y luego la puerta de madera podrida, podremos observar un cuarto pequeño
de azulejos amarillos. Alrededor de la habitación hay un mundo de cartones,
decenas, quizás cientos de ellos, repletos de botellas vacías, polvo y mugre. De entre el caos sobresalen tres
refrigeradores que dejan ver un interior repleto de cerveza; y en medio, en lo
que podría tratarse de un claro o un oasis patético, hay una mesa de aluminio,
picada y quebradiza, con cuatro sillas de plástico. Al fondo, en una esquina, hay un pequeño altar con flores, una veladora y una figura de la santa muerte. Debajo se encuentra una
puerta de la que salen música y risas.
Si entráramos veríamos un cuarto más espacioso y menos
desordenado que el primero, además de tener más mesas, un acceso a los baños, algunas
cantineras y algunos clientes que, a pesar de lo prematuro de la tarde, se
encuentran en un estado de suma excitación.
Pero no iremos hasta allá. En el primer cuarto, en el oasis
que mencionamos, están una mujer y un hombre sentados cara a cara. Tienen unas
cervezas destapadas y algunas botellas vacías desparramadas por la mesa. La
mujer debe tener casi treinta años, pero se ve más vieja y cansada. Es pequeña,
gorda y morena, muy morena. Tiene la cara hinchada, y flácido todo el cuerpo.
Usa el cabello corto, en un estilo casi varonil, y lo tiene teñido de rubio. Viste
un diminuto short de mezclilla que resalta sus piernas y su celulitis, una
blusa de tirantes por la que se desbordan sus senos negros, y unas chanclas
entre las que nadan sus dedos sucios y oscuros. El hombre es un poco mayor,
apenas pasados los treinta. Es delgado pero tiene una barriga prominente, su
piel es más clara que la de la mujer, y usa un bigote delgado que le da un aire
de tonto. Usa un pantalón de vestir azul, unos tenis blancos casi desintegrados
por el uso, una playera con el resorte vencido y con rastros apenas visibles de
lo que alguna vez fue un estampado, y una gorra de camionero con la visera para
atrás. La mujer está inclinada hacia la mesa y con su mano izquierda juega el
cuello de una botella, el hombre está recostado sobre la silla, con las piernas
estiradas y cruzadas a la altura de los tobillos, y está fumando.
Te lo contaré como me lo contó mi madre, dice ella sin mirar
al hombre que la observa con dureza, porque es la única forma en la que me la
sé. Ella empezó a vivir con mi papá cuando nació mi hermano el mayor, vivían en
una casa que la mamá de mi mamá les había prestado allá por el rumbo de la
Oriente. Mi papá nunca tuvo trabajo, la verdad es que mi madrecita era la que
hacía todo. Se dedicaba a lavar ajeno, a trabajar en casas, a veces hacía
gelatinas o cosas así para que nos fuéramos a vender, pero lo que es mi papá
nunca hizo ni madres. Era bien huevón el viejo. Y además vicioso, le gustaba
mucho tomar y las mujeres. También se metía otras cosas, a veces cosas ya más
fuertes, y todos lo sabíamos pero como mi mamá le tenía miedo porque le pegaba
sus chingadazos, pues nunca dijimos nada. Y aparte que a nosotros nunca nos
tocó, allá era mi madre la que le tocaba aguantarlo. Yo creo lo amaba mucho o
le temía mucho o las dos cosas. Sabrá dios. Pero por la época en que mi hermano
cumplió dos años, y yo todavía no nacía, mi papá comenzó a juntarse con otro
señor que conoció en el vicio y que luego llevaba a la casa. Eran igualitos, yo
creo por eso se llevaron tanto. Primero el señor namás pasaba por mi papá, pero
ya luego comenzó a ir a la casa y había veces que se quedaba a dormir en la
sala o ya en el piso si andaban muy pedos. Luego dice mi mamá que la cosa se
puso cabrona porque el otro señor tampoco tenía ni trabajo ni dinero y ella
tuvo que empezar a trabajar para los dos. Luego, una noche, el señor se intentó
propasar con mi mamá cuando dormía, y pues le intentó meter mano y cuando mi
mamá gritó, mi papá en lugar de defenderla le empezó a decir que cogiera con su
compadre, porque ya a esas alturas hasta compadres se creían, y que cogiera con
él porque le decía que era como si cogiera consigo mismo. Pero mi madre no
quiso, y luego entre los dos que la empiezan a madrear y a encuerar y ya se la
iban a coger yo creo los dos, cuando llegó mi abuela, que vivía atrás y había
escuchado el desmadre, y llegó con los hermanos de mi mamá y pues ya no le
hicieron nada. Ya después de eso, mi papá dejaba de ir a veces semanas a la
casa. Andaba en el puro viaje y cuando iba namás era a recoger dinero o a pues
cogerse a mi mamá. Hasta que una vez que se le muere el compadre, no sé si en
una peda o en una pelea o de plano de tanta porquería que se metían los
atascados, pero total que se le peló. Y mi mamá se enteró pero mi papá ni sus
luces, namás no iba y no iba. Y ya luego que aparece una noche, bien pedo y
metiéndose soda ai mero en la sala de la casa, y que comienza a madrear a mi
mamá, le pegaba y le decía que por su culpa, que era culpa suya que se hubiera
muerto su compadre, y que mejor se hubiera muerto ella y no él. A punta de
vergazos se la llevó al cuarto. Ya ahí la tiró, le arrancó la ropa y que se la
deja ir. Y dice mi mamá que mientras se la cogía se puso a llorar el muy puto,
y a decir el nombre del compadre, y para mi que eran mayates porque luego me
contó mi abuela que hasta por la cola se chingó a mi mamá el cabrón, porque
luego ai andaba que le salieron unas como bolas en el recto y un pinche
desmadre. La cosa es que ya sacando cuentas, dice mi mamá que esa noche fue
cuando me concebió. O sea que yo nací
fruto de esa violación, ¿ves?
La mujer hace una pausa y prende un cigarro. El hombre da un
trago a la cerveza. La mujer continúa.
Yo creo… te cuento esto porque ahora estoy aquí. He pasado muchas cosas malas y
buenas, pero ahora estoy aquí, en este local. Sé cómo me mira la gente allá
afuera, sé lo que dicen de mi y lo que piensan. No quiero justificarme por
andar de puta. Si te lo cuento es porque tengo miedo. Porque me pregunto si el
pecado se hereda. Porque… Pues no sé por
qué, si tú ni oyes. Un día de estos un puto loco me va a meter un tiro o algo y
ya está. Estaré frente a dios y ni sé qué le voy a decir. Ni sé si tengo algo
que decirle. Por eso no tengo hijos, aparte que ni puedo tenerlos. Porque yo
creo que es mejor que esto termine aquí conmigo que ya estoy acostumbrada y que
la verdad hasta me gusta. Porque me gusta, porque toda esta chingadera me
gusta. Porque, puta madre, ¿a qué infierno manda dios a los que ya estuvieron
en él? No, mijo, ya de aquí sólo puede esperarme la nada. Así que vente,
papacito, mejor vamos a bailar.
La mujer se levanta de golpe, sobresaltando al hombre, y lo
jala de una mano para que se levante. El hombre sonríe y se pega al cuerpo de
la mujer, recargando con malicia los genitales en su vientre. Luego le agarra
las nalgas como si esa fuera la posición correcta de baile, y comienza a
estrujárselas. La mujer lo arrastra a dar vueltas, pero no tienen ritmo ni
sincronía. Sólo giran ahí, y se ríen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario